Por Félix Cortés Camarillo
Es evidente que el joven gobierno de la República no estaba preparado para manejar los flujos migratorios que se dejaron venir desde Guatemala, El Salvador y Honduras en su desesperado camino rumbo al sueño americano. De hecho, los únicos que estaban preparados para esta invasión eran los oficiales del Instituto Nacional de Migración, de los que muchos de sus corruptos miembros han estado lucrando con la autoridad que el Estado les otorga y la pobreza de los centroamericanos les garantiza.
Si el presidente López hubiese estado preparado para esta catástrofe humanitaria, no se hubiera ofrecido con los brazos abiertos a dejar pasar por la porosa frontera del sureste a todos los miles de centroamericanos, sus mujeres y sus hijos para que deambularan como Pedro por su casa en esta casa nuestra.
Mucho menos hubiese decidido gastar una partida gruesa de recursos que se dice son escasos, para alojar a los migrantes, darles de comer y de asistir. Ya el colmo hubiera sido ofrecerle a los centroamericanos desempleados trabajo garantizado en nuestro territorio, con todas las protecciones de la seguridad social que eso implicaba. Pues ese colmo ya se dio, aunque pocos –acaso un nueve por ciento de los peregrinos– decidieron quedarse en suelo mexicano. El asunto es muy claro: ellos prefieren ser pobres y explotados en dólares en los Estados Unidos, que se pobres y explotados en pesos, de este lado de la raya.
Como si todo esto fuera poco, con dinero que nadie ha confesado su procedencia ni los valientes periodistas que acuden a las sesiones de adoctrinamiento en Palacio Nacional cada mañana se han atrevido a preguntar, los centroamericanos fueron transportados por miles hasta el punto fronterizo de su preferencia, para cruzar la línea y ya del otro lado, capturados por la “migra”, solicitar asilo político, humanitario, el que fuera, para quedarse en los “Estéits”.
Pero al gobierno mexicano, inexperimentado e ingenuo, le salió “el culo por la tirata”. Las congregaciones de migrantes apilados en la frontera crecen día a día: los centroamericanos que logran cruzar son capturados, procesados y devueltos a territorio mexicano. Aquí deberán esperar el plazo que consume el proceso de solicitud de asilo. No es menor de dos años y puede llegar a diez.
Hay que agregar otro factor, a propósito de la muerte de Alberto Cortez en la canción de Facundo Cabral: no son de aquí ni son de allá. Pensamos que los migrantes amontonados en nuestra frontera norte son centroamericanos. No es cierto. Hay miles de haitianos, orientales, habitantes del Maghreb o incluso cubanos en esa prole: la política de asilo inmediato al cubano que llegase por tierra a los Estados Unidos ya no es igual.
Lo peor de toda esta tragedia es que esa masa humana se ha convertido en miserable ficha de ajedrez político entre México y los Estados Unidos. Donald Trump amenaza con cerrar la frontera hoy por la noche y mañana dice que al fin el gobierno mexicano ha entendido que tiene que ser dócil y cómplice.
Los niños y niñas, hombres y mujeres en peregrinación, no leen periódicos. Solamente tienen hambre. No saben de donde vienen ni a donde van. En su miseria, no pueden darse cuenta de que encarnan el dilema básico de los humanos.