Por Eloy Garza González
Hoy cumplo 50 años. Soy un declarado cincuentón. Media vida. Medio jodido. Pero contento. Antes de los 50, uno se toma las cosas como caballitos de tequila: de jirito. De sopetón. Después de los 50, se toman las cosas a traguitos, como whisky. Es que los riñones, la próstata, los ureteros. ¡Qué se yo! A los cincuenta uno ya no está para cumplir antojos ni enderezar jorobados.
Una vez al Púas Olivares lo mandaron a la lona. Un derechazo bien puesto. Noqueado. El réferi le preguntaba: “¿Tons qué? ¿quiere seguir peleando?” Y el Púas le respondió: “Claro que quiero, pero dentro de cinco años, por favorcito”. Así yo. ¿Quiero seguir peleando? Si, pero dentro de varios años. Si se puede. Para tomar aire. Un respiro. Aliviarme tantito.
Dicen mis amigos que identifican en mí al típico hipocondríaco. Que antes yo no era así. ¿Saben cual es el epitafio del hipocondríaco? “Se los dije”. O a la mexicana: “¿No que no?”. Solo espero que mis amigos tengan razón. Que nada sea de cuidado. Ni definitivo. Más que la Parca. Y que la vida me de chance de sentarme en una mecedora. En el patio de mi casa. Para quejarme de lo que debí hacer y no hice. Y mentar madres. Es el mejor mantra. Puro budismo zen. Y aprender un par de poemas a la patria. Para ejercitar la memoria. Y porque merecen que alguien los repita. Mientras haya patria.
Finalmente, a partir de los 50, se debe salir de viaje. Urgentemente. Recorrer el mundo. Visitar países raros. Y volver a la sala de la casa con la convicción de que uno debió quedarse sentado. A mi edad lo mejor es filosofar. Pensar cosas profundas. Cavilar con método y sistema. Meditar por ejemplo: a esta mecedora le falta un cojín. Tengo que graduarme los lentes. Cortarme las uñas de los pies. Hay que hacer ejercicio en las mañanas. O tomar café. O té verde. ¡Qué bueno es el té verde!
Yo no sé platicar historias porque todas las escribo. Tampoco se contar chistes. No me los aprendo. Ayer me fui al parque a contar las bancas. Eso sí lo hago bien. Son doce. Tres están quebradas. Una tiene el respaldo flojo. Voy a quejarme al ayuntamiento. Mis 50 años me avalan. Al fin la señorita secretaria me hablará de usted. A todos los cincuentones se nos graba el numerito en la frente. Y rezumamos respeto. Medio siglo. Diez lustros. Nos vemos cuando cumpla cien. Si las llego. Y si me dan ganas. Porque esto de escribir, de veras cansa.