Por Francisco Tijerina.
“La guerra es un método de desatar con los dientes
un nudo político que no se puede deshacer con la lengua”
Ambrose Bierce.
Como partido o como movimiento, Morena sigue exactamente los mismos pasos que sus antecesores de la izquierda: la formación de grupos en la lucha por el poder y el inicio de la autodestrucción.
Las muestras de la pugna interna son clarísimas y no se aprecia quién, a menos de que sea el mismísimo Andrés Manuel López Obrador, pueda meter paz y poner en orden a quienes hoy luchan con uñas y dientes por la dirigencia morenista.
Calma que precede a la tormenta, en lo bajo de las aguas se vive una intensa lucha de la que nadie, subrayo el nadie, puede sentirse ganador.
Primero por la propia formación de su militancia. A los huidos de otros partidos que se cambiaron de piel con el simple propósito de conseguir una candidatura, el tema de las lealtades no se les da muy bien; como tampoco a quienes se han acercado luego del triunfo con el propósito de conseguir una chamba en el gobierno.
Como todo proyecto triunfador, son muchos los que se dicen “padres”, aunque en la realidad el niño sólo tenga a AMLO como creador y piedra angular; sin él, Morena no existe y no es nada.
Si hoy Yeidckol y todos los demás involucrados (visibles e invisibles) tienen prisa por afianzar el liderazgo, deberían tener más, ya que mientras más tiempo tarden en definir el futuro y consolidar la dirigencia, la lucha será más encarnizada y difícil de resolver.
Ya pasó un año del triunfo y aún quedan algunas gotas de miel en los labios, pero no será eterno y en breve empezará el combate real; por ahora han sido rounds de tanteo, no se han dado de verdad ni han mostrado todas sus armas y de una cosa podemos estar seguros: saben jugar, como el que más, el juego de la guerra de guerrillas, del rumor y la filtración, de la grilla y el escándalo y se van a tirar a matar.
La sucesión en Morena terminará siendo un tema de grandes repercusiones en la mesa del Presidente que aunque no lo quiera decir, es el líder moral de ese grupo y se verá forzado a tomar partido y decidirse por una persona.
Pero córranle, que el asunto lleva prisa.