Por Eloy Garza González
Extraño inicio de este 2019 y extraño término de este mismo año, cuando viví dos veces un accidente similar. Hace un par de días, en un centro comercial de Monterrey, vi caer a una joven desde el tercer piso. Se destrozó la cara, brazos y piernas.
Buscamos a los guardias privados que no supieron qué hacer. Algunos testigos nos comunicamos al 911: nadie contestó. Seguridad Pública: tampoco. Finalmente, una voz de hombre en el celular: “Dígame la ciudad, la colonia, las calles, ¿entre cuál y cuál? ¿No lo sabe? Y así, los minutos pasando, la voz monótona, triste y apática, la agonía en su etapa final, la muerte cada vez más cerca.
Yo trabajo de noche. Les garantizo que hay pocas personas que vaguen por la ciudad a altas horas de la madrugada como yo lo hago. Sin embargo, ahora las ciudades, lo mismo Puebla que Monterrey, Guadalajara que Veracruz, son más peligrosas que antes. Ya no se responden las llamadas de auxilio. Cada quién a su suerte. ¿Qué pasa? No transitan patrullas por las calles, se han incrementado los delitos comunes, los accidentados tardan más en recibir primeros auxilios y, por supuesto, no hay convoys de militares. Comparto todo el optimismo del mundo, pero lo digo con todas sus letras, las cosas no marchan bien.
La pobre muchacha que cayó de un tercer piso, casi encima de mí, estuvo inmóvil, desangrándose, más de cuarenta minutos. Impotencia, coraje, palabras tiernas de consuelo a un ser humano que no sé si me escucha pero que sigue vivo, a quien no conozco, pero que es mi prójimo.
Hoy en la madrugada, sin poder dormir, traduje del inglés uno de los poemas que más me gustan del poeta W. H. Auden: “Museo de Bellas Artes”. Está inspirado en un cuadro del pintor Brueghel: “Paisaje con la caída de Ícaro” (en el extremo derecho del óleo, al lado del barco, podrán ver las piernas de Ícaro hundiéndose en las aguas verdosas, ante la indiferencia del pastor, del labrador y del pescador que siguen como si nada en sus tareas).
Por su parte, el poema de Auden es una queja contra el frío desdén del mundo ante la desgracia de un ser humano: “El Ícaro de Brueghel, por ejemplo, cómo todo sucede en calma / impasible ante el desastre; el labrador tal vez haya oído el chapuzón, el grito desolado / pero para él no es una desgracia importante: el sol brilla / como debe ser, iluminando las piernas blancas que se hunden / en el agua verdosa. / Y el barco lujoso y delicado, que debe haber visto algo tan asombroso / como un muchacho cayendo del cielo / tiene un rumbo que seguir y continúa navegando tranquilamente”.
Dice un viejo proverbio: “Ningún arado se detiene porque un hombre muera”. ¿Nos hemos deshumanizado? ¿Hemos perdido la indispensable empatía? ¿Nos da igual la suerte que corra nuestro prójimo? Una estrofa del poema de Auden me pega en las entrañas, como patada de mula: “a boy falling out of the sky”. La indiferencia de la gente también puede ser criminal.