Por FÉLIX CORTÉS CAMARILLO
Los pocos que advertimos de la mala cara que el año 2019 nos comenzó a poner desde la primera semana de julio del año anterior, en lo único que coincidimos es que el 2020 nos iba a poner una peor. Los augurios nunca fueron buenos: en cuanto Enrique Peña Nieto, merced a lo que muchos consideran un pacto secreto con su sucesor, el nuevo gobierno destapó de inmediato su perfil autocrático e intolerante y su obsesión por una centralización brutal que anulara las instancias autónomas del poder ejecutivo.
Lo que ninguno advirtió –advertimos- fue la habilidad asombrosa del engaño que posee el presidente López. Divertir, en su estricto sentido, quiere decir cambiar el curso de una corriente, generalmente del agua, llevarla por un curso diferente del que tenía predestinado tomar. Andrés Manuel López Obrador ha demostrado ser maestro en el arte de la diversión.
Este mes de enero los mexicanos debiéramos estar muy preocupados por las medidas que entraron en vigor el día primero del año y que se desprenden de la ley de ingresos de la federación, columna vertebral del presupuesto del país.
En vez de aumentar la recaudación que el gobierno recibe por las contribuciones que obtiene mediante una reforma fiscal que ampliase la base de contribuyentes, se optó por conservar las fuentes de las que el erario se nutre, haciendo más estricto el control de la recaudación. Fuera del yugo fiscal siguió quedando el 67 por ciento de la actividad económica del país, la que se encuentra en el campo llamado informal. Los que saben de estos asuntos advirtieron en innúmeras ocasiones que era imperativo hacer el impuesto al valor agregado extensivo a alimentos y medicinas, toda vez que el IVA es prácticamente el único que los mexicanos no podemos evadir, en lo general.
Las nuevas medidas, que el SAT comienza ya a implementar, tiende a una mayor rudeza en la recaudación, controlando todas las operaciones que la demonetarización traerá. Casi todas nuestras operaciones serán fácilmente controlables al ser realizadas por vía electrónica, con la tendencia a eliminar el efectivo en la mayor medida posible, de nuestra economía familiar, independientemente de las dificultades del nuevo ejercicio.
A estas alturas debiéramos estar muy preocupados porque en materia de seguridad, el primer año del presidente López –según cifras oficiales- ha sido el de mayor número de asesinatos de toda la historia moderna de México. A estas alturas del año debiera preocuparnos la serie de reformas al sistema de impartición de la justicia, que hará de la Fiscalía una super poderosa institución que se va a pasar evidentemente los derechos humanos por el arco del triunfo, con la complicidad de la señora Piedra Ibarra, impuesta por el presidente al frente del organismo que nos debe defender. La eliminación de la presunción de inocencia, que se ha aplicado ya en más de una ocasión en casos célebres es una muestra de lo que nos espera.
La salud de los mexicanos pobres se está resquebrajando. La disolución del Seguro Popular mediante la frase mamona de que ni era seguro ni era popular, sin tener un sucedáneo por lo menos la mitad de lo eficiente que fue el anterior. Y eso no nos preocupa en lo más mínimo, aunque nos digan que –si nos va bien- a finales de este año tendremos un sistema de asistencia médica que no lo tiene ni el rey de Suecia.
¿En qué entretenemos nuestros ocios los mexicanos, sin embargo? En la diversión a la que nos induce el presidente López, a ocuparnos de lo trivial. A hacer memes sobre la lotería para rifar el avión presidencial a quinientos pesos el cachito. Un torrente de ingenio popular que, dedicado a otros menesteres, nos podría dar alegrías de otro modo.
¿A dónde vamos a parar?
Sí, ya sé, esa es otra canción.