Por Eloy Garza González
Carlos Noyola es un reconocido anticuario y coleccionista de arte en México. Con su esposa Leticia vive en San Miguel de Allende, Guanajuato, después de haber dejado una huella importante en la cultura de Nuevo León.
En una visita que hice a su casa-museo, Carlos me mostró uno de sus lotes más controvertidos: óleos, cartas y anotaciones en un tratado de anatomía, de la pintora Frida Kahlo. Ante mis ojos se desplegó una serie de dibujos, acuarelas y objetos fetiche que reviven los dolores, el genio y las obsesiones de la artista más célebre de la plástica mexicana.
El lote no ha estado exento de controversias. Hace algunos años, Carlos Philips Olmedo, director de los “Museos Diego Rivera y Frida Kahlo”, no avaló oficialmente que fueran originales las obras atribuidas a la pintora de Coyoacán. La critica de arte, Raquel Tibol, ya fallecida, también refutó en su momento la autenticidad de ese legado. El debate trascendió a los tribunales y hasta la fecha no ha terminado de dirimirse.
El asunto tiene repercusiones más comerciales que artísticas que marcan el destino de las obras y las más recientes investigaciones de la biografía de Frida. Leí las cartas que me mostró Carlos. Varios eruditos y expertos (entre ellos algunos discípulos de Kahlo que formaron parte del grupo de los Fridos) han certificado la calidad del papel y las tintas empleadas.
Pero voy más allá: las cartas de la colección de Carlos Noyola arrojan luz a muchos rincones obscuros de la vida de Kahlo. Son fuente de conocimiento que redefine el perfil de una artista cuya iconografía personal es una de las más notables en la historia del arte mexicano.
Prescindir de ese valioso acervo que explica una psicología enrevesada y compleja, sólo porque no es propiedad oficial del Fideicomiso que administra su memoria, mutila las posibilidades de seguir ahondando en la vida de esa mujer fascinante.