Por Eloy Garza González
Camino al medio día por las calles de Juárez, Nuevo León. Una romería de comercios banqueteros. Asadores de pollos a ochenta pesos, boleros, vendedores de tamales y ropa usada, una seño romita, hacendosa, que corta el pelo en un tendajo hechizo, de lona, casi al filo de la calle.
Le dicen doña Tencha. Enchufa su máquina de rasurar en un diablito y sienta al cliente en una silla de plástico, de esas que regala la Carta Blanca. ¿Corte militar, don Eloy? Sí, pero no a rape, no se mande, señito, tranqui, leve.
El radio a todo volumen. Ya pescaron a los asesinos de la niña Fátima. Degenerados. Hijos de la chingada. Que los delató la tía; que supo que su sobrino era el feminis… feminis… Feminicida, doña Tencha. Ándele, eso. Los denunció al 911. Rete valiente.
Sería por dignidad, don Eloy, yo haría lo mismo. ¿A poco sí? ¿Y la recompensa que ofrecieron los del gobierno? La tía no los quiere agarrar, doña Tencha. Por no lucrar con la muerte de la chamaca. ¡Madre santa!
Y ella corte que corte los mechones. Hizo bien la tía. Por dignidad. Cumplió con su deber. Yo haría lo mismo. Dos millones son dos millones, doña Tencha. Sí, pero afigurese. La pobre chamaca sin deberla ni temerla. Peor que animales, como coyotes, como chacales. Dios nos libre, don Eloy. Ya no hay valores.
Doña Tencha no sabe de López Obradores, ni de políticos, ni de Broncos. ¿Le va al Peje, doña Tencha? ¿O nos llevará a Venezuela? Ay, don Eloy, esas pláticas son lujos de pudientes.
Con los últimos dos mil pesos que le regalan los del gobierno, cada dos meses, doña Tencha se compró una máquina de rasurar nueva. Reluciente. Metálica. Bien práctica. Y yo pienso: son programas electoreros, asistenciales, de compra de conciencias. Pero mejor me callo. No vaya a ser. Carajo.
¿Y se va a sumar a la protesta, doña Tencha? ¿Cuál, oiga? ¿La de un día sin mujeres? Ella me limpia de los hombros los cabellos sueltos. Me unta colonia, o algún brebaje oloroso. Son treinta pesos don Eloy. Ahí póngalos, adentro de la lata. Eso mero. ¿Tons, doña Tencha? ¿Se suma? ¿Le entra? ¿Cómo la ve? Ay, don Eloy, usted y sus lujos de pudiente.