Tuve el presentimiento de algo fatal
En el Arte de la Guerra, tal vez el más importante texto de la historia escrita de China, Sun Tzu –quien vivió cinco siglos antes de que Jesús fuese crucificado- establece que las victorias realmente importantes son las que se obtienen sin luchar. Las otras, son costosas y sin valor. Otro de los preceptos fundamentales del libro es la definición del adversario, sus debilidades y pertrechos.
El presidente López inició su propia guerra hace año y medio con una estrategia de agresividad intolerante, descalificación rasante de todos los adversarios que no se doblegasen, e incorporación de todo aquel que quisiera unirse a una causa visionaria, idealista y moralmente intolerable. Muy Sun Tzu: ganó sin pelear, porque los adversarios se le fueron rindiendo incondicionalmente; los más endebles se treparon al vagón del poder. Los otros, pasaron a constituir una oposición pensante, de amplio impacto en la ofendida clase media mexicana pero de escaso arrastre masivo.
Pasado el estruendo de la victoria sorpresiva, el presidente López emprendió la campaña de la ideologización que justificara su mando. En el campo de las estructuras, se había hacho ya del control del poder legislativo en unas elecciones de resultado lógico: el hartazgo de los mexicanos ante los partidos tradicionales se tradujo a una votación entre apática y de condena al pasado.
Pero eso era el primer paso; le siguió el apoderarse de las instituciones supuestamente autónomas, que juegan un papel importante en la vida pública. Primero fue la Fiscalía General de la República, que en lugar de las desprestigiadas procuradurías del pasado ofrecían alguna esperanza. Luego vino la Comisión de los Derechos Humanos; ahora está en vigencia el organismo puente que le dará al presidente López el control sobre el Consejo del INE, una de las pocas herramientas que hemos logrado en ese terco afán de llegar a una sociedad democrática, al tener a sus incondicionales en el comité que aprobará los nuevos consejeros del INE.
Las victorias obtenidas sin batalla le dan la razón al presidente López.
Y no.
Si el Waterloo de López Obrador parece ser la marcha de la semana que viene y el clamor de las mujeres ofendidas el día nueve de marzo, su Ayotzinapa puede acercarse lentamente en la forma del llamado coronavirus y la torpeza con la que se le está enfrentando y el último clavo sea la quiebra anticipada de Pemex. Que no panda el cúnico, parece evocar el discurso presidencial a uno de nuestros íconos del entretenimiento. En lo que se refiere al virus oriental, el presidente López no va a tomar precauciones especiales para su protección en los abacho-bechos que el pueblo bueno le da. No debemos caer en la histeria, como ya lo hicimos hace once años con la influenza. No se van a cerrar los cines ni los teatros, ni vamos a tener que abstenernos de besar a nuestras amadas o amados, ni vamos saludarnos con los nudillos precautorios.
No importa que no haya mascarillas de protección que tampoco sirven para nada, ni que en el aeropuerto de la Ciudad de México no haya control para los vuelos que llegan de Italia, el país europeo más afectado.
¡Ah! Pero si algo nos pasa a todos los mexicanos, eso es culpa de los mediocres, canallas y apátridas neoliberales, que están rogándole a la virgen de Guadalupe que a todos nos lleve la chingada con su plaga china para poder acusar así al presidente López de una incompetencia cada vez más evidente.
PARA LA MAÑANERA.– Señor Presidente, con todo respeto: ¿Podría usted definir lo que quiere decir para Usted la palabra fatal? La plaga china ya lleva tres mil muertos. Para mi, fatal es uno.