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Por Félix Cortés Camarillo

El presidente Donald Trump ha decidido reducir drásticamente la contribución de su país al financiamiento de la Organización Mundial de la Salud, simplemente porque tiene dinero a su disposición y porque se le da la gana. En vez de reconocer que no tuvo la capacidad o la intuición para adelantarse a la llegada de la plaga del siglo XXI y tomar las medidas preventivas que hubieran desprovisto a su país del dudoso privilegio de ser líder mundial en contagios difusión y muertes, hizo un berrinche de esos que se les dan mucho a los presidentes y les quito la plata a los encargados de vigilar la sanidad mundial.

            La conducta del presidente de los Estados Unidos no es novedosa: ya antes había restringido su financiamiento a la UNESCO, el organismo de las Naciones Unidas para la educación y la cultura.

            Tal vez para este barbaján metido a gobernante pueda ser muy comprensible que el mundo puede desarrollar su educación y su cultura sin la ayuda de una de las dos más grandes economías del mundo; seguramente este mundo lo hará, porque la cultura –aunque puede avanzar con mayor comodidad cuando hay estipendio– no conoce de muros o barreras. Todo el mundo parece coincidir en que el hambre y la miseria son el mejor abono para la creatividad. Y que cuando esto pase –que pasará– seguirá habiendo poesía.

            Cosa distinta es la salud; la encrucijada vital en que el Covid 19 nos ha colocado nos ha hecho entender que para que este mundo siga respirando necesita de unas bombas esencialmente sencillas, que con el movimiento de un motorcillo abren y cierran una bolsa de elástica que manda a presión a los pulmones enfermos el aire vital. Pero esos simples aparatos respiradores cuestan plata.

            Esta moderna versión de la peste negra que nos está diezmando nos está enseñando una vieja lección que solamente veíamos en las tiras cómicas que antes venían en los periódicos o en las películas en blanco y negro, y que la daban los asaltantes de la esquina o que aplicaba el casero: la bolsa o la vida. Cuando esto pase –que pasará– el dilema será más agudo.

            Y lo único que podemos tener claro es que, si bien con oraciones, previsiones y buena condición física y tal vez un poco de suerte, cuando esto pase –que pasará– podremos acaso conservar la vida. Si lo que viene a continuación, con el desempleo, las deudas y la casa de empeño en el camino, se podrá llamar vida. Lo que no vamos a tener, cuando esto pase –que pasará– es dinero.

            Nunca un fenómeno reciente, ni siquiera los avances de la tecnología, ha transformado con tal rapidez nuestra vida, como el Covid 19 y sus consecuencias. Tenemos que entender desde ya, que cuando esto pase –que va a pasar– nos vamos a dar cuenta de que nada volverá a ser igual. Que el mundo es otro totalmente distinto a aquel que veremos solamente en las películas que habrán envejecido a velocidad sideral. Que pasará mucho tiempo para que podamos abrazar a los amigos, dar la mano a los desconocidos o besar a una mujer que no sea la propia, sin cierta reticencia.

            Porque estaremos, literalmente, en el mundo de la bolsa o la vida.

PREGUNTA PARA LA MAÑANERA, porque no puedo entrar sin tapabocas.- Señor Presidente, con todo respeto: ¿Nunca se le dieron bien las matemáticas? Porque se le hizo bolas el engrudo con la división del total del adeudo fiscal y el número de deudores.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: Félix Cortés Camarillo
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