Por Carlos Chavarría
La situación que estamos viviendo y de la que al parecer tardaremos algunos años en superar, no fue causada por la pandemia sino por la pérdida de nuestra habilidad de usar y aprovechar el pensamiento crítico.
Para responder a las demandas del crecimiento de la humanidad lo hicimos a través del ciclo de producción y consumo. Ese ciclo se retroalimentó y aceleró hasta el punto de privilegiar solo aquellas habilidades útiles para el ciclo mismo.
Estábamos tan ensimismados en nuestros afanes por consumir que se nos olvidó pensar, crear, coordinar y colaborar, y de hecho hasta la ciencia entró en ese juego, que bien fácil ha demostrado que no tiene sentido para prepararnos mejor en el manejo de la complejidad. Nuestras ciudades son una muestra de ello, que no son sino pistas de asfalto para facilitar la prisa que rompe con el ritmo mismo de la naturaleza.
Lo que nos permitió como humanidad llegar hasta el momento antes de la instauración del consumismo fue el pensamiento crítico.
Grandes pensadores a lo largo de la historia, que no estaban con prisa por supuesto, nos legaron los métodos para pensar con claridad, con lógica y racionalidad, acerca de lo que hacemos y en lo que creemos, pero parece que esta habilidad ya se perdió, y ahora urge recuperarla.
Por ejemplo, es posible que algunos piensen que no estamos para utopías, pero no suena racional frente a la condición global que padecemos el querer a como de lugar regresar al mismo mundo anterior a la pandemia, en lugar de aprovechar la crisis como medio para corregir lo mucho que esta mal del camino por el que íbamos.
Solo por mencionar algunos signos que deben impulsarnos a cambiar. Ahora que se paró la economía quedaron en evidencia la mala nutrición, el desperdicio de energía y su concomitante en la polución.
También es muy clara la fragilidad de todos nuestros procesos, formas y métodos, que abandonaron el raciocinio como lo central. No se diga de las vulnerabilidades de los sistemas de salud.
Una característica clave del pensamiento crítico es la flexibilidad cognitiva. Son tres sencillas reglas a usar para controlar y erradicar la amenaza del virus y no somos siquiera capaces de percibirlas y adaptarnos. Mayor prueba no hay.
El espacio del liderazgo está ocupado por personas extraídas de la misma sociedad y por lo tanto adolecen de nuestros mismos defectos, entre otros, el no lograr hacer conexiones lógicas entre ideas.
Hay presidentes y funcionarios que no logran disociarse de su pasado electoral e insisten en no usar el cubrebocas, inspirados en no perder nada del reconocimiento de su rostro, pero olvidan la relación entre el ejemplo que deben dar y el posible éxito en sus esfuerzos para coordinar a la sociedad entera contra la pandemia.
Cuando se privilegia a la intuición por sobre el pensamiento crítico se potencializa la fuerza de las falacias e inconsistencias en el razonamiento. Las redes sociales son el teatro donde es abrumadora la presión por tomar cursos de acción que no solo no ayudaran sino que retrasarán la evolución hacia estadios superiores de crecimiento intelectual y político.
Es tal el decaimiento del pensamiento crítico que hasta la ciencia y el método científico están siendo olvidados para tratar la pandemia, con todos los riesgos que ello implica. No es momento de venerar santos o efigies, ni de tomar brebajes diversos, sino apoyar sin cortapisas a los médicos y científicos que están encabezando los trabajos para sanarnos de esta enfermedad.
Son tantas nuestras debilidades intelectuales que ya ni siquiera somos capaces de distinguir entre lo que es a todas luces falso, de lo que es verdadero. El principio de demarcación es la parte más elemental del conocimiento. Sin exagerar, todos los políticos y líderes están abusando de nuestro poco apego por la verificación para crear corrientes y tendencias distractivas.
No, no es la pandemia el problema. La pandemia se convirtió en un problema porque no estamos ya razonando críticamente casi nada de nuestras decisiones y conducta, y nuestros juicios están moldeados por las corrientes de opinión sin más.
La mezquindad es la marca de nuestros políticos que se la pasan medrando con la tragedia para verse campeoniles, en lugar de volcarse en el debido silencio de su colaboración solidaria con tantas familias que han perdido seres queridos, además de sus medios de vida.
Tampoco es momento de controversias electoreras y luchas intestinas de oportunidad, pues van en contra de las únicas dos cosas que deberían ocupar toda nuestra atención y energía, sanar previniendo la enfermedad, y rediseñar innovando los ciclos económicos basados en el consumismo y el monetarismo.