Por Félix Cortés Camarillo
Se ha generado intencionalmente y desde Palacio Nacional demasiada alharaca en torno a la propuesta del Ministro de la Suprema Corte de la Nación Luis María Aguilar, y que propone que la iniciativa presidencial de llevar a consulta popular el proceso judicial en contra de los expresidentes.
En realidad, el presidente López no necesita el aval del populacho para ejercer su selectiva venganza política: con la mano en la cintura puede hacer una denuncia ante el doctor Gerz Manero y desatar el circo mediático que no conducirá a nada. López Obrador sabe que los supuestos delitos ya prescribieron aunque su propuesta de consulta -como afirma el magistrado- se brinca por todo lo alto la presunción de inocencia que no es un logro de los gobiernos mexicanos, es un principio de derecho.
El primer día de octubre el pleno de la SCJN habrá de debatir el asunto; eso no es lo importante. Lo fundamental es el aparato de distracción que se echó inmediatamente a andar con el objetivo único de desviar la atención de los mexicanos de los verdaderos problemas que estamos sufriendo.
Me refiero, naturalmente, a la crisis económica que el torpe manejo de la pandemia ha desatado y mantiene viva, y en seguida la inseguridad que día a día nos domina y coloca a la delincuencia organizada en las riendas del país. Todo lo que pueda distraernos de esos temas es válido.
Tal vez el más peligroso distractor es el manejo de la renuncia de Jaime Cárdenas, cabeza de una mamarrachada ridícula y ahora sabemos que corrupta, llamada Instituto Nacional para devolverle al pueblo lo robado. La primera versión del presidente López fue escueta y sin mayor explicación: el señor Cárdenas regresaría a sus actividades académicas.
Cuando trascendió la carta de renuncia del añejo compañero de lucha del presidente, la reacción fue brutal. Dijo Andrés Manuel que don Jaime no había tenido el aguante y las agallas para limpiar el mugrero donde lo había puesto. A propósito de las renuncias de alto nivel que en dos años ha registrado su equipo, el presidente López habría repetido un lema que resume su convicción. Él exige de sus colaboradores lealtad por encima de capacidad para los encargos. Lealtad ciega, precisó en sus entrevistas Jaime Cárdenas. Adivinando que se registrarán casos similares muy pronto, el presidente López habría dicho “el que se quiera ir que se vaya, que se vayan todos; yo puedo gobernar solo”.
La soberbia, ya se sabe, debe ser el peor de los pecados capitales. Ejercida desde el poder, la más peligrosa.
La incontinencia verbal le sigue entre los problemas que el presidente López no ha podido superar. Una lamentable muestra de este defecto nos hizo preguntar ¿dónde estaba el Secretario de Relaciones Exteriores a la hora de la participación de López Obrador en la Asamblea General de Naciones Unidas? El foro mundial, que tampoco sirve para maldita la cosa, proporciona a los jefes de Estado cada año una tribuna para que fijen una postura, una línea ideológica de sus países y una concepción del mundo.
Como si fuera un vendedor de carros usados, el presidente López se dedicó a narrarle al mundo, como si al mundo le interesara, su proceso de expropiación, rifa y venta del avión presidencial, como si estuviera buscando cliente en la ONU. Humo en los ojos.
Para usar los términos que a López Obrador le gustan, donde sí se voló la barda fue cuando, pretendiendo elogiar a Benito Juárez recordó que Benito Mussolini fue nombrado así por su padre como un tributo al oaxaqueño.
No voy más.
PREGUNTA para la mañanera porque no me dejan entrar sin tapabocas: con todo respeto, Señor Presidente, ¿no será que Adolfo Hitler se inspiró para escribir Mein Kampf en Los Sentimientos de la Nación de José María Morelos? Digo.
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