Por Eloy Garza González
El primer debate entre Donald Trump vs. Joe Biden me hizo recordar una vieja película: “La sombra de una duda” (1943) de Alfred Hitchcock. En este maravilloso thriller psicológico, la maldad no se encarna en un forastero, sino en Charles Oakley, el tío de una típica familia de clase media, avecindada en la idílica Santa Rosa, California, donde impera “la ley y el orden”. El pillo está en la propia casa. No viene de afuera.
Como el villano de la película de Hitchcock, Trump es un sujeto arrogante, dispersor de odio, sembrador de calumnias, pero que nace del propio seno familiar norteamericano. Es tan gringo como las hamburguesas o el bourbon.
Los electores del próximo noviembre que votarán a Trump saben que engaña compulsivamente, que casi nunca dice la verdad, que le gusta romper las convenciones y que con toda seguridad saboteará el resultado final, pero es la figura típica del familiar cercano y hasta suponen que tienen su mismo ADN.
Al final de la película (la voy a spoilear), Charles Oakley recibe su merecido, sin embargo, para los vecinos de Santa Rosa, es un héroe cívico. Incluso para la protagonista, una muchacha fascinada con su tío, su familiar tenía el defecto de odiar a todo el mundo, pero en el fondo sigue enamorada de él. Y en las exequias fúnebres, el reverendo dirá que “su espíritu vivirá por siempre entre nosotros”. Pierda o gane, el espíritu de Trump seguirá por siempre entre los norteamericanos. Nunca se irá.