Por Javier Treviño
@javier_trevino
El 2021 será un año difícil. Necesitamos abatir la pandemia, atraer más inversiones, crear mejores empleos y lograr que la economía vuelva a crecer. La elección será un plebiscito sobre el desempeño del gobierno.
Los adversarios del presidente no son los partidos que formaron la alianza para competir en los distritos electorales. Los verdaderos adversarios del presidente serán tres: los silos, los celos y los círculos íntimos dentro de su gobierno. Todavía tiene tiempo para solucionar estos males que destruyen valor público.
Silos
Los silos son los grandes contenedores de forma cilíndrica que se utilizan en la agricultura para almacenar el grano. Están totalmente sellados y separados entre sí, por lo que no hay ningún tipo de contacto entre ellos. Pues los primeros dos años ilustran que el gobierno de la 4T ha sido atacado por una siloitis aguda. Para que un gobierno avance, todos sus miembros deben trabajar de forma conjunta, colaborativa, con una buena relación y coordinación entre ellos. De lo contrario, aparece la “mentalidad de silo” que es uno de los mayores problemas que existen en las organizaciones. La siloitis es la incapacidad para trabajar eficientemente entre las unidades del gobierno.
Las áreas del gobierno de la 4T están formadas por servidores públicos agrupados en silos, debido a que hay un mínimo contacto entre ellos y no intuyen qué sucede más allá de sus tareas. La austeridad, el activismo y la incompetencia los alcanzó. Los problemas públicos no se resuelven ni en los bajos ni en los niveles medios. Se espera la solución desde lo alto del silo, es decir, desde el jefe, junto con una falta de confianza en los demás y una disminución de la productividad del conjunto.
Parecería que los silos son el ADN del gobierno. Es evidente que destruyen valor público. Los silos hacen que los servidores públicos ignoren la colaboración. Restringen su visión a su propia isla de poder. Un gobierno de silos es lento.
Una buena administración exige que la gente colabore y trabaje en el logro de objetivos comunes. Lo que es importante es construir puentes entre los silos para mejorar la comunicación entre las diferentes secretarías.
¿Qué necesita la 4T? Crear una visión unificada. Los silos son devastadores. Se desperdician recursos, la productividad se aniquila. Los silos son característicos de una excesiva y desequilibrada visión vertical de la organización. Hay “gobiernos” dentro del gobierno. Hay secretarías y dependencias a las que les falta motivación, ganas de trabajar, colaborar y comunicarse con otras. Hay barreras que provocan que los colaboradores de la 4T, que se supone que están en el mismo equipo, trabajen unos contra otros.
Celos
Después de los silos vienen los celos. No son otra cosa que una actitud despreciable que destruye valor público. El celoso en el gobierno intenta menospreciar el mérito, los esfuerzos ajenos, a fuerza de resentimiento. Genera improductividad porque no reconoce que la meritocracia contribuye eficazmente al desarrollo.
Los celos son un arma de los mediocres, que no están acostumbrados a mejorar sus propias cualidades. Los mediocres no son tontos. Lejos de ello, son muy hábiles para ascender, solamente ponen en práctica la confabulación en contra de los otros. Buscan desprestigiar a los talentosos cuestionando sus acciones y logros. Combaten la competencia y las buenas aptitudes.
Los celosos en el gobierno son incapaces de reconocer los propios errores, esconden su responsabilidad, jamás reconocen el esfuerzo ajeno. Temen ser reemplazados por otro mejor. Evitan aprender. No aceptan que otros puedan aportar. La competencia personal es una ofensa.
El mérito de otro es una agresión. Definen al enemigo como “aquel que quiere el puesto que tú tienes o aquel que tiene el puesto que tú quieres”.
Los celosos son obsesivos. La lucha política se reduce a cálculos y maniobras para eliminar al adversario. Son intolerantes. No admiten la posibilidad de establecer vínculos de confianza y compromisos mutuos. No contribuyen, para nada, al logro de metas y objetivos.
El celoso considera que lo que él pierde otro lo ganará. Se fastidia porque otro cuente con una situación mejor. Tiene un complejo de inferioridad que afecta la autoestima y un alto grado de inseguridad. El resentimiento juega un papel decisivo. Es difícil que forme un equipo. No reconoce que cuanto mayores sean los talentos que se reúnan, mejores serán los resultados para todos. Siente que corre el riesgo de que los más destacados les hagan sombra.
En general, los celosos y los envidiosos se oponen a la innovación por temor a perder posiciones. En ningún caso reconocen su fragilidad. El celo y la envidia son dos de los motivos por los que hay quienes recomiendan seriamente la pobreza como meta de sus recetas sociales. Arthur Schopenhauer escribe que la envidia «es el alma de la unión de todos los mediocres».
Círculos íntimos
Por último, ante los procesos electorales y la segunda mitad de la administración, toda la vida del gobierno girará en torno a la formación de círculos íntimos. Moderados y radicales se agruparán.
En uno de sus ensayos más memorables, The Inner Ring (El círculo íntimo), C. S. Lewis (1898-1963), profesor de literatura medieval y del renacimiento en la Universidad de Cambridge, retoma una de sus conferencias magistrales ante los alumnos de la Universidad de Londres en 1944.
Describe la experiencia y el deseo de todos los seres humanos quienes, en diversas etapas de la vida, buscan sin cesar ser aceptados dentro del “círculo íntimo” de cualquier grupo que les importe en ese momento. Para muchos, la vida es una lucha continua por entrar a círculos íntimos, uno tras otro.
Percibirse excluido del “círculo íntimo”, o fuera de él, es un sentimiento insoportable para algunos. Y el deseo de estar dentro puede hacer que muchos digan cosas que de otra manera no dirían, o que no digan lo que deberían decir. Este deseo de estar dentro del círculo íntimo al que se aspira puede afectar trabajo, afiliaciones políticas, relaciones en la comunidad.
C. S. Lewis dice: “creo que, en la vida de todos los hombres en ciertos períodos, y en la vida de muchos hombres en todos los períodos entre la infancia y la vejez extrema, uno de los elementos más dominantes es el deseo de estar dentro del círculo íntimo y el terror de quedarse fuera de él. En la escuela, puede desear estar en el gobierno estudiantil, en un equipo deportivo, en un club o, simplemente, ser aceptado por los chicos ‘geniales’. En la universidad tal vez el deseo de ser parte de una fraternidad. En el trabajo, quizás el deseo sea ser socio en un despacho de abogados, obtener una promoción o ser parte del equipo ejecutivo de una empresa”.
El problema no radica en ese proceso natural de la vida. Entrar y salir de círculos íntimos no tendría nada de malo. Sin embargo, como dice Lewis: el deseo y la perversidad que nos lleva a penetrar los círculos íntimos puede ser peligroso. “A menos que usted tome medidas para evitarlo, este deseo será uno de los motivos principales de su vida, desde el momento en que ingresa a su profesión hasta que es demasiado viejo para preocuparse de ello”.
Todo esto es una llamada de atención para los políticos de la 4T. El político, en su carrera ascendente, siempre va a tener opciones que se le presentarán en cruces de caminos. Puede avanzar por el camino de la virtud o por el camino del vicio. Pero si su única guía es la ambición de penetrar círculos íntimos, ser un personaje reconocido, llegar a puestos más altos, entonces seguramente seguirá por el camino que le permita ser admitido, aunque no sea ético, sea cual fuere la consecuencia. Eso le generará una gran satisfacción.
El político que tiene el alma grande no debe desear ingresar a los círculos íntimos. Mejor debe hacer un trabajo excepcional y su capacidad lo pondrá en el centro del círculo que realmente importa. El trabajo, el servicio a la gente, la creación de valor público debería ser el fin de los políticos de la 4T. Quienes se han mantenido durante años en el círculo íntimo del presidente AMLO (Octavio Romero, Julio Scherer, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Jesús Ramírez), así como los recién llegados por la pandemia (Hugo López-Gatell, Jorge Alcocer Varela) tienen la palabra.