Por Félix Cortés Camarillo
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En los primeros tres años del triunfo de la Revolución Cubana, Fidel Castro introdujo un nuevo concepto a la economía de su país. Se llama la libreta de abastecimiento. Eso se traduce como libreta de racionamiento. Estableció desde entonces la lista de productos y su cantidad que cada familia de cubanos tenía derecho a adquirir en las tiendas controladas por el gobierno. Durante seis decenios la libreta ha sido el mecanismo regulador del mercado interno de la isla.
El pretexto para la existencia de esta regulación centralizada es el enemigo externo, el bloqueo injusto de los Estados Unidos que ha impedido persistentemente el tráfico de mercancías y personas entre Norteamérica y la isla comunista. El actual presidente de Cuba, Díez-Canet, anunció hace dos años una reforma monetaria que fusionaría los pesos cubanos y los pesos cubadólares, que son convertibles a moneda extranjera y permiten la compra de ciertas mercancías en tiendas que sólo aceptan esa moneda, mercancías a las que el cubano común y corriente -que no tiene remesas de los Estados Unidos- no puede ni entrar.
En los primeros años de los noventa, con el desplome de la Unión Soviética, la escasez de bienes de consumo esenciales se intensificó en Cuba. La ecuación había sido lógica y políticamente correcta: la Unión Soviética abastecía a Cuba del petróleo que necesitaba; Cuba no pagaba en dólares que no tenía sino en trueque por azúcar, níquel y el apreciado tabaco forjado. Ese trueque primitivo se acabó y Cuba entró en lo que los Castro llamaron el período especial, con más restricciones y menos productos al alcance de la gente.
Cuento todo esto porque esta mañana de jueves, me despierto con la sensación de que mi país está entrando a su propio período especial.
La secretaria de Energía, la señora Nahle, de la mano de los productores de gas en México, ha emitido incesantes “invitaciones” a que los mexicanos reduzcamos el consumo de energía eléctrica y gas, simplemente porque no alcanza. No hay, no hay, como decía el personaje de Héctor Suárez. Solamente si reducimos el consumo se podrá cubrir el abasto, es la lógica de estos economistas de ultratumba. Si no lo hacemos, vendrán recortes de energía y la temida palabra: racionamiento.
El gobierno del presidente López le está pasando la chamba de moderar el equilibrio oferta-consumo a los usuarios mexicanos. Ese equilibrio es una de las principales tareas del ejecutivo, no de los ejecutados. El próximo paso es que nos entreguen una libreta, en donde se establezca la lista de productos esenciales y no, y la cantidad que podemos adquirir en tiendas controladas por el gobierno.
Tengamos dinero o no.
PREGUNTA para la mañanera, porque no me dejan entrar sin tapabocas: con todo respeto, señor presidente, ¿usted cree que aumentando la lista de sus adversarios repudiados se gana las batallas del intelecto y la política? A la lista encabezada por Reforma y El Universal ya agregó usted a los diarios Milenio. Va usted a terminar muy solo, y ello resultará en un nuevo slogan: “es un honor, que me ataque López Obrador”.