Por Eloy Garza González
Comienzo una serie de análisis sobre el desempeño de cada candidato a gobernador de Nuevo León. Desde su arranque de campaña, Fernando Larrazabal, candidato del PAN, ha oscilado entre dos lemas: “A Nuevo León se le respeta” y “Déjame escucharte”. El primero me gusta poco y el segundo me gusta menos. Vamos por partes.
Que a Nuevo León se le respete es una exigencia válida, pero no encierra ningún plan de gobierno, y ni siquiera lo esboza. El respeto es una deferencia, “una veneración”, dice la Real Academia Española. Ningún nuevoleonés se atrevería a ponerse en contra de lo que pide Larrazabal (quien por cierto es oaxaqueño), pero tampoco es un llamado a la adhesión popular para su candidatura. Sí, hay que respetar a nuestro estado. ¿Y luego? ¿Qué más?
Los panorámicos que revisten este lema de respeto, se acompañan con una foto un tanto desafortunada: es Larrazábal iluminado con luz cenital, como evocando al actor Klaus Kinski (al menos así me lo parece), que lanza al aire una señal de advertencia. No se piense que cuando traigo a colación a Klaus Kinski lo hago en plan de crítica. Kinski fue admirable como intérprete, y merece todos mis respetos, sobre todo cuando se disfrazaba de Nosferatu.
El segundo eslogan de Larrazabal, “Déjame escucharte”, me gusta menos. ¿Por qué? Simple: la idea original no es mala (los políticos suelen practicar soliloquios, y sellan sus oídos con cera para no escuchar críticas). Pero la frase me recuerda ligeramente aquella campaña de Carlos Salinas cuando buscaba la Presidencia: “Que hable México”. Y francamente eso de escuchar es apenas un primer paso. Tampoco se avanza mucho escuchando al interlocutor de uno por uno sentado en una silla azul a la intemperie. A mí me gustaría más que el candidato me escuchara caminando, mientras gasta suela, y no tanto que se sentara conmigo en mitad de la Macroplaza, bajo este sol de justicia que se carga Monterrey.
Los compromisos notariados de Larrazabal son audacias calculadas: no es fácil plantear 90 o 100 propuestas a lo largo de una campaña tan breve. Y menos cumplirlas si el voto lo favorece. Bien por él. Por cierto, la idea no es nueva: la inventó Felipe Enríquez para la campaña de Enrique Peña Nieto para gobernador de Edomex (2005). Algunos de estos compromisos son de ejecución rápida y otros son buenos deseos. Hay que cribarlos para no sólo cubrir el expediente.
¿Qué le falta a la campaña de Fernando Larrazabal? Energía, ánimo, voluntad genuina de querer ser gobernador. Le pasa lo mismo que a los toreros que han sufrido cornadas graves: cuando citan al toro se les va la pierna para atrás, en un acto reflejo.
Fernando tiene experiencia en administración pública y acabó con índices de aprobación muy altos tanto en su gestión de alcalde en San Nicolás como en Monterrey. Tiene muy buenos colaboradores en su comité de campaña como Oswaldo Cervantes, muy reconocido consultor de comunicación que ya lo quisieran otros candidatos. Le falta a Larrazabal, eso sí, hacer lo que casi nunca hacía Klaus Kinski en sus películas: reírse de sí mismo y no tomarse siempre tan en serio.