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Dedicado a los padres que sufren por sus hijos enfermos

Por Eloy Garza González

Volemos con la imaginación a Barcelona. Es una ciudad donde vivió mi hermano menor con su familia en un municipio que se llama Cerdanyola del Vallés. Hasta allá fue a dar mi madre por un buen tiempo, para ayudar con el cuidado de sus nietos. Dado que todas las señoras mayores de edad se identifican sin importar su país de origen, mi madre hizo amigas inmediatamente, en los mercados de Barcelona o caminando por Montjuic.

Cerca de esa montaña está otro municipio español de altos ingresos, donde viven los millonarios. Es como el San Pedro Garza García, pero de Barcelona. Se llama San Justo Desvern.

Ahí está la casa de quien fue uno de los arquitectos más reconocidos de Cataluña. Este arquitecto se llamó Joan Margarit, y su especialidad era el cálculo de estructuras. Quienes saben de ingeniería y arquitectura entenderán que estos cálculos son muy complejos. Las matemáticas son cosa seria. No cualquiera puede con ellas.

Quienes conocieron a Joan Margarit, cuentan que era el hombre más bueno y generoso del mundo. Yo lo conocí personalmente aquí en México en una ceremonia en donde lo honraron junto con José Emilio Pacheco. Don Joan hizo una fortuna con la arquitectura y la dedicó en buena medida a obras de beneficencia. Tenía un gran corazón.

Don Joan Margarit se volvió célebre porque fue uno de los que continuaron la construcción de una iglesia legendaria: La Sagrada Familia.

¿Conocen ustedes este portento hecho por las manos del hombre? La comenzó a construir en 1882 el arquitecto Antoni Gaudí. Es uno de los monumentos que lo dejan a uno con la boca abierta. Pero está incompleta. Sigue en construcción. Como si no fuera a concluirse nunca.

Con la construcción levantada a poco menos de la mitad, Gaudí tuvo un accidente. El 7 de junio de 1926, cierta mañana, después de salir de misa, a Gaudí, que era un ferviente católico, lo atropelló un tranvía. Murió al día siguiente sin concluir el sueño de su existencia. Dejó en las catacumbas de La Sagrada Familia los planos de su construcción.

Volvamos a Joan Margarit. Siendo muy joven, este catalán encontró al amor de su vida y se casó con ella en 1963. La señora aún vive. Se llama Mariona Ribalta, gran caminadora de la ciudad de Barcelona. Sueño con que alguna vez, ella y mi madre por casualidad se cruzaron en la calle, se sonrieron y se despidieron alzando la mano.

Joan y Mariona tuvieron tres hijas: Mónica, Anna y Joana. Y tiempo después nació su hijo, Carles. Como buen arquitecto, como planeador de estructuras, don Joan decidió que su sagrada familia viviera en un hogar grande y amplio. Se mudaron a una casa que él mismo diseñó en una colina de San Justo Desvern, rodeado por bellos árboles y plantas silvestres.

Ahí descubrió don Joan su segunda vocación: comenzó a escribir poesía. Empezó a publicar libros. Y casi a la mitad de su vida aparentemente ya realizada don Joan se reinventó: decidió ser poeta. Aseguraba que más allá de la poesía, de la que siempre fue lector, nada sirve para nada.

Sin embargo, la arquitectura en una forma de poesía que, cuando es buena, cuando está bien escrita, bien estructurada, bien construida, se vuelve una catedral de palabras. Por eso, uno de sus poemarios más célebre de don Joan se titula Cálculo de estructuras.

Pensemos por un momento en esa colina donde vivía con su familia don Joan, rodeado de árboles y plantas silvestres. Un paraíso en las alturas terrenales.

Un día, por la puerta, o quizá por sus ventanas, o traspasando sus paredes, o saliendo de sus pisos, o surgiendo de sus sótanos, se coló a la casa de don Joan el espectro de una loba rabiosa. Lo digo, claro está, metafóricamente.

La loba imaginaria no se ensañó contra él ni contra su esposa Mariona. Se ensañó contra dos de sus pequeñas hijas. Anna, la primogénita, murió apenas recién nacida.

Joana, la segunda, nació con el síndrome de Rubinstein-Taybi. Es una variante del Síndrome de Down. Joana tenía una malformación de origen genético, discapacidad intelectual y una propensión a la leucemia. «Eres una niña muy lista y muy tierna». Joan Margarit respondió emocionalmente a los días finales de su hija, en la sala de oncología infantil de un hospital, escribiendo una serie de poemas. Los juntó y los publicó bajo el título: Joana (2002), uno de los títulos más hermosos de la lengua catalana.

Dice don Joan en uno de sus inolvidables poemas dedicados a su hija, mientras la veía morir lentamente en su cama ortopédica: “Llovía sin ganas / Diecinueve de octubre, las nueve de la noche. / Joana iba asustada hacia el quirófano en nuestra compañía. / Cuando entró nos quedamos a esperar en la salita mal iluminada junto a los ascensores. / Cuentan que en un intento de salvarse / Joana le dijo al cirujano: ‘te quiero’. / Creíamos que un hada podría devolvernos a Joana, tranquila, la de siempre, / con sus confiados ojos centelleantes”.

Joana murió en el año 2001. Su padre, Joan Margarit murió este año, el pasado 16 de febrero, 2021. Poco antes de morir recibió una tarde en su casa a los Reyes de España, Felipe y Leticia. Le fueron a entregar a domicilio nada menos que el Premio Cervantes.

Don Joan, ya muy enfermo de cáncer, les agradeció la visita, leyéndoles un poema dedicado (por supuesto), a sus hijas Anna y Joana.

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Vía / Autor:

// Eloy Garza

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Autor: stafflostubos
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