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Por José Francisco Villarreal

Mi agüelo me decía que al sacerdote se le debe respetar más que a cualquiera en tanto esté realizando sus oficios religiosos; después “ya es un cabrón como cualquier otro”. Mi agüelo no fue masón, así es que no sacó de ahí esas ideas sino del sentido común y de su propia experiencia. Cuidó de que yo recibiera educación cristiana (católica) pero siempre procuró indicarme los límites entre lo que dice Dios, y lo que dicen que dijo Dios. “Dios no ocupa correveydiles”, decía, y que si no le hacemos caso es porque somos socarrones y nos hacemos los sordos. Creía que es un despropósito estar atenidos al perdón en el confesionario porque contarle nuestros pecados «a un fulano” no significa estar arrepentido, “es hacerse guaje”, porque “al fulano lo puedes engañar, a Dios no”. Con el tiempo me di cuenta que esas ideas, en otra época y tal vez próximamente en esta, hubieran sido suficientes para encender una hoguera, luego de una ostentosa excomunión.

En este país que presume de tener una mayoría católica, es una contradicción que los más procuren a la iglesia sólo para los sacramentos. Se busca cumplir con las formalidades del bautizo, la confirmación, la misa de 15 años, la graduación, la boda, la misa de cuerpo presente y las que se mandan decir por el descanso del difunto. Y, ¡cómo no!, las peregrinaciones guadalupanas y las fiestas patronales, sobre todo si hay kermesse. Normalmente se ejerce una fe que gira alrededor no de una doctrina sino de un acto social. Hay, por supuesto, excepciones notables tanto en los fieles como en los sacerdotes. Estos casos son verdaderos tesoros para la Iglesia Católica, porque afirman la universalidad del mensaje de Jesús, coincidiendo en los hechos con otras religiones, incluso no cristianas, y sin meterse en el berenjenal de la Teología.

Hay un momento en la misa, durante la Liturgia de la Palabra, en donde el oficiante, u otro invitado pero nunca un seglar, vuelve a los orígenes del cristianismo y se convierte en un predicador: la Homilía, o Sermón, que es, o debe ser, una explicación sencilla de la doctrina cristiana, inteligible para cualquiera. Es muy importante, porque no sólo afirma la doctrina, además establece comunicación directa entre la iglesia como institución y sus feligreses. Por eso hay religiones cristianas donde gran parte del culto es el sermón. Aquí es donde recuerdo las palabras de mi agüelo. La homilía católica, ¿explica la doctrina o difunde consignas? El orador, ¿es un hombre de Dios o “un cabrón como cualquier otro”?

Mis dudas se agigantan cuando leo que un sacerdote monclovense, en plena homilía, se pronuncia contra el aborto y sugiere que: “¿Por qué no matamos a la mamá que tampoco va a servir para nada?” Un representante de la diócesis de Saltillo aseguró que el cura fue malinterpretado y hasta habló de figuras retóricas que, por supuesto, son remitidas a Jesús. Según su fe, tanto el cura como el delegado tendrán mucho qué explicar a Jesús en persona llegado su momento. Por lo pronto, aquí no hay sino la corrupción deliberada y tendenciosa de la doctrina cristiana-católica, y un abuso de investidura. Haciéndose el gracioso, el párroco usó afirmaciones falsas para confundir a sus oyentes, porque contra lo que él dice, nadie está feliz porque se autorice el aborto, la “felicidad” es porque se rompe un estigma que se ha impuesto a la mujer. Si hay alguna que esté feliz por abortar debe ser una excepción siquiátrica, no la regla. Si el cura revisara las causales legales para el aborto, vería que muchos embarazos pueden ser evitados sólo con previsión, prevención, seguridad, conciencia y justicia social, pero él no predicó a favor de eso.

Comprendo que como miembro del clero deba exponer a sus parroquianos la postura de la institución sobre el aborto. Pero se supone que en esta parte de la Liturgia de la Palabra debe participar alguien con preparación teológica. Eso debería garantizar la explicación correcta de la Biblia según la Iglesia Católica. En cambio este cura se valió de la ironía y el sarcasmo para tocar un tema extremadamente delicado, banalizando un problema que incumbe a todos, hombres y mujeres, laicos y clérigos, y donde el aborto sólo es una más de sus consecuencias. Si la Suprema Corte de Justicia de la Nación dictaminó contra la criminalización de una mujer que aborte, el cura hizo todo lo contrario: “Una mujer que aborta ya no sirve para nada, está hueca, moral, física y psicológica (sic)”. La muy relativa “disculpa” pública del párroco no curará el daño que ya hizo a sus feligreses y a la propia iglesia.
Me llamó la atención que el sketch del cura, porque eso no fue una homilía sino un garabato de sermón, tuvo como escenario un altar tricolor (verde, blanco y rojo), donde se distingue un pendón con la leyenda «Septiembre, mes de la Biblia”. Eso no es una solidaria Iglesia celebrando a la patria común sino impostándola. ¿Así o más tendencioso y casi cristero? Lo que me remite a las palabras del Papa Francisco en Eslovaquia, dichas este martes 14 de septiembre durante la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz: “No reduzcamos la cruz a un objeto de devoción, mucho menos a un símbolo político”.

Insisto, el párroco, y todos los párrocos tienen todo el derecho de exponer la posición de la Iglesia Católica sobre el aborto; además, la obligación de explicarla y justificarla usando las palabras de Jesús, no una interpretación grotesca y amenazante. Y mejor que no intenten usar argumentos científicos, que fueron explorados a partir no de una hipótesis sino de una conclusión. Eso no es un método científico. Al final, con toda la parafernalia científica, todo se reduce a una especulación sobre la vida y, dogmáticamente, a un asunto de fe.

La prédica de los sacerdotes, pastores y demás ministros religiosos contra el aborto (y contra muchas cosas) no debe dirigirse a imponer leyes civiles a todos para impedir que sus feligreses pequen, sino a convencer a sus feligreses de no pecar. Porque ultimadamente, si la mujer que aborta peca, es algo que ella ha de enfrentar con Dios, no con la Iglesia, y menos con un cura insidioso. Si los argumentos doctrinales son tan endebles y los predicadores tan mediocres como para no convencer a los fieles, no traten de imponer con leyes civiles lo que su particular incompetencia como pastores no ha podido lograr. Eso es una trampa, urbi et orbi.

PD: Decía mi agüelo que el Satanás no engaña, confunde; que uno se engaña solo y cuando nos conviene. Así, confundiendo, hay curas, ministros religiosos en general y hasta actores devotos, empeñados en crear en México verdaderas legiones de fariseos. Y ahí la llevan…

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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