Por José Francisco Villarreal
De una película de espionaje no puedo esperar más que diversión. Pero si quiero que esa diversión sea edificante, mejor voy directamente a las fuentes. Las mejores son las políticas y diplomáticas. Ambas usan como recurso la intriga. Sus propósitos pueden ser buenos o malos, pero el recurso es truculento. Además, son pródigos en afirmaciones categóricas. No importa si se dice la verdad o se miente, la utilidad de su discurso es la convicción con la que se dice. La diversión está en tratar de adivinar los hilos que se jalan detrás de los dichos y los hechos. Esto es tierra fértil para cualquier teoría extraña de pérfidas conspiraciones. Por ejemplo, hay muchos que piensan que la clase política mundial está infiltrada por extraterrestres “reptilianos”. ¡Hasta “fotos” circulan que lo demuestran! ¿Absurdo? ¿Paranoico? Sí, pero ¿acaso no es divertido?
Siempre he creído que un paranoico tiene razón, pero es tan feliz regodeándose en sus obsesiones, que se equivoca al identificar el origen verdadero de la amenaza. También creo que además de una enfermedad mental, la paranoia es una reacción natural instintiva (que no intuitiva) a la escasez de información, que se acentúa con la flojera por revisar la poca que se tiene.
Y “voilà!”, ¡la receta perfecta! Ni el más desafortunado aprendiz de cocinero como yo pudo tener felizmente a la mano todos los ingredientes para hacer un “caldo gordo” bien espeso. Como a los mexicanos nos encanta el chisme caliente, un buen trozo de intriga marinado con una o dos declaraciones imperiosas, medio kilo de desidia, dos cucharadas soperas copeteadas de interés personal, un tercio de taza de prejuicios o miedo a temperatura ambiente, y una pizca o menos de datos cotejados (que se puede omitir si se es intolerante a la verdad), son suficientes para poner al fuego nuestro caldero. Y ya tenemos nuestro caldo gordo para que los demás lo traguen con cucharazos pozoleros.
¿Cómo iniciar este proceso? Sucede espontáneamente frente a una situación peligrosa. Sin embargo, el mecanismo es tan fácil de disparar, que cualquier eminencia gris a sueldo de intereses reales puede usarlo para complacer a sus amos. Aquí es donde empieza la función, en la que los medios de comunicación tienen un papel importantísimo. Sólo se necesita difundir algunas bravuconadas que hagan parecer al bravucón como un paladín de la verdad; reforzarlo con datos falsos, o verdades extemporáneas; darle un grado aceptable de dramatismo; ubicar el o los incidentes a tiro de cámaras; y asegurarse que todo sea atractivo para las salas de redacción o al menos “convencer” al medio de que lo es.
Vox en España, por ejemplo, es menos un partido político que una marca, hecho a fuerza de mercadotecnia y de invadir espacios públicos de difusión. De la misma forma en México han hecho espacios “chairos” que ganchan al espectador con titulares en los que abundan cosas como “Tunden a…”, “Callan la boca a…”, “Se ríen de…”, “Exhiben a…”, y así. Fifís españoles y chairos mexicanos han sido eficientes. Datos mínimos y comentarios parciales inducen al remolón y paranoico espectador a dirigir sus filias y fobias. El complot en todo su esplendor, en dónde sólo faltarían los entes reptilianos… por ahora. Pero el método requiere un poco de inteligencia y “eminencias grises” no muy descoloridas. No es lo mismo hacer declaraciones contundentes sobre datos pretendidamente duros, que montar un performance de mala calidad, además casi siempre con los mismos malos actores como protagonistas.
En eso, aunque Morena de ninguna manera se salva, Acción Nacional se lleva todos los premios Golden Raspberry, los “anti-óscares”. Como el más reciente performance de María Lilly del Carmen Téllez, la infidencia por antonomasia, regalando un libro sobre la mafia a la Secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez. Si la senadora leyó el libro y no se quedó con la adaptación al cine, se reconocería a ella mismo como un triste “soldato”, bufonesco además. Por el mismo rumbo transitan el senador choricero Rementería, o la dama del buen decir Xóchitl Gálvez, y otros y otras tanto a nivel federal como local. No han aprendido mucho de sus tutores de Vox. Para poder inducir eficazmente la paranoia popular se tienen que dar argumentos serios, no ocurrencias ridículas. Y el argumento de complicidad entre la 4T y el narcotráfico es ridículo, no creo que a ese nivel se estén haciendo esas alianzas. Ningún país aceptaría ni convocatorias ni liderazgos de otro cuyo gobierno estuviera aliado con grupos criminales de influencia internacional. Primero, porque es éticamente inaceptable; segundo, porque se correría el riesgo de verse infiltrado por esos grupos. Ningún país querría implicarse en una complicidad así, a menos que fuera un buen negocio. Un gobierno extranjero astuto usaría esa presunta alianza para chantajear a México y subordinarlo a sus intereses. Eso no se ha visto ahora, aunque sí fue muy notorio en otros sexenios (¿“Comes y te vas”?).
En otro tema (casi) en donde también se exalta a la paranoia, la acusación contra científicos del Conacyt, me parece que se pasan quienes salieron de inmediato en su defensa. Primero: esto no es la Edad Media, la FGR no quiere procesar a los científicos por su labor académica o de investigación sino por cosas tan mundanas como uso indebido de recursos públicos, y todavía está por probarse. Segundo, tener una preparación excepcional en cualquier ciencia o arte, ni garantiza la honradez del individuo ni es una carta de impunidad; el doctor Mengele, criminal de guerra nazi, era un científico, doctorado en Medicina y Antropología. Alguna vez leí que James Dewey Watson, Premio Nobel en 1962 por el descubrimiento de la estructura del ADN, afirmaba que en un grupo de ganadores de premios Nobel hay la misma proporción de cretinos que en cualquier parte. Esta otra cita podría ilustrarnos más: “Uno no puede ser un científico exitoso sin darse cuenta de que, en contraste con la concepción popular apoyada por los periódicos y las madres de los científicos, un buen número de científicos no sólo son de mente estrecha y torpes, además son simplemente estúpidos”.
¿Qué? ¿Nos siguen deslumbrando con lentejuelas, espejitos, performances y títulos?
¡Elemental, mis queridos wat-sonsitos!