Por Félix Cortés Camarillo
Carlos León fue un periodista y cronista taurino, colaborador de la extinta revista Tele Guía, que de paso escribía libretos para las películas de Cantinflas. De hecho, hay quien afirma que él fue en realidad el inventor del lenguaje rebuscado y retorcido del personaje que hizo famoso y rico a Mario.
Una vez, Miguel Alemán Velasco me invitó a escribir con Carlos León un libreto para Cantinflas, que a su modo divulgara a nivel popular el proyecto del presidente Echeverría, la Carta del Tercer Mundo. La idea no pasó a mayores; la del sketch escrito al alimón por Carlos y yo, desde luego. El proyecto del presidente sí.
El 14 de diciembre de 1974 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución número 3281 por una votación de 120 a favor y 60 en contra. La resolución se conoció entonces como la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados y fue un triunfo de la política exterior de la presidencia de Luis Echeverría Álvarez.
No pasó absolutamente nada.
Ayer el presidente López, quien parece una reedición de Echeverría, habló ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuya presidencia rotativa ocupa por un mes México. Escuchando hablar a López Obrador se me ratificó la convicción de que en el terreno de la retórica no es importante el orador sino la oración; no el que habla, sino el discurso.
Toda la primera parte del texto que leyó el presidente López es impecable. Nadie puede estar en contra de la afirmación, evocando a Roosevelt de que el más sólido fundamento de la seguridad para las sociedades y los estados es el derecho a una vida libe de temores y miserias; que la corrupción es el principal obstáculo para ejercer ese derecho; que la opulencia y la frivolidad como forma de vida, socializar las pérdidas y privatizar las ganancias sustenta esa corrupción. Imposible no coincidir en que corruptos son los tribunales que castigan a los que no tienen con qué comprar su inocencia mientras protegen a potentados.
Nadie puede cuestionar que el doloroso y rotundo fracaso en la lucha contra la pandemia reside en que las farmacéuticas han vendido el 94 por ciento de las vacunas mientras la ONU ha distribuido sólo el 6 por ciento a los países pobres: la generosidad y el sentido de lo común son desplazados por el egoísmo y la ambición, dijo López. Vamos de la civilización a la barbarie, nos olvidamos de los principios morales y damos la espalda a los dolores de la Humanidad.
Hasta ahí todo iba perfecto.
Aquí el discurso, bien escrito, fundamentado y leído, tomó el sendero de la propaganda política de las conferencias mañaneras, cuando el presidente López improvisa sus ocurrencias. Aquí se dedicó a explicar su sistema de caridad institucional poniendo al modelo mexicano como ejemplo a seguir en todo el mundo, como si no supiera que los mexicanos sin empleo ni oportunidad de estudio siguen marchando a los Estados Unidos. La receta ya nos la sabemos: sembrando vida, que consiste en pagarle a los campesinos por cada brote de árbol que plantan tirando un arbolito vivo. De un día a otro, México propondrá a la Asamblea General de la ONU un Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar para repartir limosnas por el monto de un billón de dólares. No sé si hablaba de un billón en inglés (mil millones) o en español (un millón de millones).
¿Qué de dónde? Muy fácil, dijo Chucho el Roto. Como la carta de Echeverría, a cargarle a los ricos.
Las mil personas más ricas del planeta aportan “voluntariamente” el 4 por ciento de sus fortunas personales. Otro 4 por ciento que pongan las mil corporaciones privadas más importantes. Por si alguien quedaba fuera, los países integrantes del G20 que pongan el 0.2 por ciento de su producto interno bruto.
El presidente López no deja de ser congruente: si la mejor política exterior es la política interna, la mejor política interna se hace en el exterior.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Ya entendí que en la cuarta simulación está prohibido haber estudiado en el extranjero. ¿Tampoco vale mi boda en otro país?