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Por Féix Cortés Camarillo

Se nos olvidan las cosas y se nos reducen los miedos.

Mi generación se enteró en los años cincuenta de la Segunda Guerra Mundial y del miedo a la Tercera por la literatura y las películas gringas, generalmente en blanco y negro. Más adelante, la amenaza de una tercera llamada a la sangrienta escena mundial restableció su alarma en la represión soviética de la democracia en Hungría en el 56, la crisis que provocó Jruschov con los cohetes nucleares apuntados a Washington y plantados en el oriente de Cuba, y la invasión de Praga de 1968. En cada ocasión pensamos que la confrontación mundial era inminente. “Es nuclear, Jacobo” se hizo hashtag cuando no existían los hashtags.

Cuando cayó el Muro de Berlín y la Unión Soviética se desmembró, dimos por cancelada la Guerra Fría y los recelos entre las grandes potencias. Peace and Love era nuestro lema de los setentas. O eso decíamos que pensábamos. Por eso pasamos inadvertidas las señales de probables nuevos conflictos universales, hasta que de pronto se nos aparece en nuestro vocablo político una palabra mística: Ucrania.

Ucrania es Kiev y es Sebastopol, por donde pasaron las tropas nazis luego de invadir Polonia en 1939 para regresar de Volgogrado en el 44 derrotadas con rumbo a Berlín luego que la ciudad se llamó Stalingrado y luego fue renombrada al origen. También es Ucrania la salida de Rusia al mar negro, que es el camino a Estambul y de ahí al Mediterráneo, el sur de Europa y el norte de la emergente África.

Ayer, los presidentes de Rusia y los Estados Unidos conversaron telefónicamente sobre el asunto, que se discutirá a profundidad el 10 de enero en una conferencia de alto nivel en Ginebra.

El asunto no es pequeño. Por su posición geopolítica en el camino de Rusia hacia Cccidente es, como fue en la Segunda, bastión de importancia. Pero hay otro asunto que no debe olvidarse. Por Ucrania pasan todos los gasoductos que el monopolio ruso Gazprom utiliza para llevarle gas a una importantísima sección de Europa Occidental. Y me refiero específicamente a Alemania, Francia, Suiza y España, donde las tarifas de energía eléctrica, doméstica y de la otra, se han ido al cielo.

Precisamente por ello el conflicto se va a la especulación política. ¿Tercera Guerra Mundial? Desde luego que no. La economía el mundo no se encuentra en un desplome como en el 1918 o veinte años después. 

Las guerras son válvulas de escape a las que las economías acuden en tiempos de crisis: en caso de guerra surge la necesidad de fabricar balas, obuses, tanques o cañones. Se genera de inmediato empleos de soldados, por ejemplo. O braceros del sur para cosechar tomates o lechugas. Pocos entienden que la liberación femenina nació cuando las mujeres en los Estados Unidos tuvieron que incorporarse a la fuerza laboral porque sus padres, esposos o novios estaban en el frente.

Una vez más, estamos en una pantalla que deslumbra. No habrá otra guerra que la de la supervivencia.

PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): señor presidente: ¡qué le vaya muy bien en el 2022! Yo prefiero que nos vaya bien a los mexicanos. Y eso les deseo a todos.

‎felixcortescama@gmail.com

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Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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