Por Francisco Villarreal
Poco antes del desastre en el “Mundial de Clubes”, estaba viendo en redes que fanáticos de Rayados hicieron su escenita en Abu Dhabi con un vulgar pleito de cantina. Los comprendo. Ninguno debe ser deportista. En tanto no puedan vomitar sus frustraciones personales desde el anonimato colectivo de un estadio, son susceptibles a rebuznar, recular y cocear en cualquier lugar y en cualquier momento. Decía mi agüelo que para que haya un pleito debe haber por lo menos dos involucrados, y que uno debe ser más pendejo que el otro, porque si los dos están igual de pendejos, el pleito no acabaría nunca. Yo traté de atender su consejo, aunque es inevitable ser pendejo eventualmente. Que yo recuerde, sólo dos veces en mi vida he peleado a golpes, ambas defensivas y una de ellas excesiva. Esta fue la que me hizo entender que si uno no es el agresor, el objetivo no debe ser lastimar sino neutralizar a quien nos agrede. Detener el pleito, pues. Doy fe de que no es nada edificante ni gratificante presumir los puños desgarrados a fuerza de machacarle la cara al adversario. Después de la mera defensa, los golpes ya no se los damos al oponente sino a nuestra estupidez.
Todo esto vale tanto para los ahora tristes hinchas como para cualquiera, incluso en la política. Recuerdo durante las campañas para la presidencia, cuando don Andrés fue el objetivo de todo tipo de agresiones maquilladas como críticas. Aunque se podían inscribir como parte de la mojiganga electoral, era una estrategia muy mala pero bien aplicada que, luego de su triunfo, se recrudeció y sigue haciéndolo. Los primeros indicadores que noté fueron la “curiosa” cercanía de algunos empresarios y políticos con algunos medios, antes aún de las campañas. El tiempo los ha puesto en evidencia. En aquellos tiempos, don Andrés solía responder con alguna mesura y bastante sarcasmo.
Una vez en Palacio Nacional, específicamente las mañaneras, don Andrés creó un púlpito para proclamar el evangelio de la 4T, hizo su propio medio masivo de comunicación con excelentes resultados para la proyección pública de su régimen. La oposición, filtrada o infiltrada en el sermón diario, no tuvo más remedio que exhibirse, tanto en sus complicidades añejas como en sus torpísimas estrategias golpistas. Tampoco faltaron medios “a modo”, tan poco útiles que apenas si sirven para justificar la percepción salvaje de quienes aceptan la 4T sin argumentos (“fifís” al revés). Era inevitable la polarización social.
Pensaba yo en esto cuando leía un encabezado de un medio electrónico/impreso de difusión nacional. El texto decía que en Panamá se rechazaba a Jesusa Rodríguez como posible embajadora. Me sorprendió, porque ya había un pronunciamiento similar sobre Salmerón. Sí, el gobierno de Panamá tiene todo el derecho a rechazar un embajador. Pero cuando leí la nota vi que el “Panamá” del titular en realidad remitió a un grupo de extrema derecha que hace política escudándose en la defensa de la vida y la familia, “para que no sean manipulados por doctrinas extrañas a la conciencia cívica cristiana y republicana panameña” (sobre alguna nube celestial, Jesús debió levantar una desconfiada ceja frente a esta devota declaración). ¿Mintió el medio? No pero sí, porque “en Panamá” también hay millones a quienes no les importa quién sea embajador o de dónde. La redacción del titular juega con un texto que parece presuponer que un grupo radical “en Panamá” es Panamá, y el lector lee la nota con ese sutil prejuicio inducido. ¿Por qué sería la ambigüedad del medio? Y no, no es porque tenga redactores novatos… El presidente de Panamá (curiosamente perredista, pero no amarillo) fue más serio al pedir al gobierno mexicano seriedad en la continuidad de las relaciones diplomáticas. Allá don Laurentino y su conciencia si también se toma en serio a sus grupos radicales internos.
Al tiempo que esto pasaba, Don Andrés se enfrascó en un pleito con la periodista Carmen Aristegui. Da lo mismo si tuvo o no razón para no admitir alguna información o una opinión de doña Carmen. La periodista es una de las pocas que aún conserva cierta credibilidad. Periodismo no son un payaso y su patiño, o don Guayderito, o titulares tendenciosos, o columnistas que han rebajado a muchos medios a la categoría de pasquines caros. Pero al Presidente parece que se le ha hecho fácil contraatacar y retar, no sólo desmentir. Lo entiendo, a cualquiera le hierve el hígado delante de una campaña tan descarada. Si bien fue la oposición la que inició con la polarización social, ahora es el propio Presidente quién la fomenta. En los medios de comunicación, Aristegui es el menor de sus problemas, de nuestros problemas. El titular que mencionaba antes es sólo un minúsculo botón de muestra de la dimensión de la crisis. Ya no es posible ni socialmente sano confiar en la información que proporcionan los medios, ni siquiera la que emite Aristegui. Cualquier ley que les obligara a la claridad y a la objetividad, sería de inmediato impugnada como un “ataque a la libertad de expresión”, lo cual sería correcto en un individuo, pero no exactamente en un medio masivo de comunicación. A mayor difusión de una opinión o dato, deben exigirse más argumentos y pruebas, y mayor corrección sintáctica. Y definitivamente, la respuesta oficial a una información u opinión no se da desde un púlpito sino con pruebas y argumentos, en papel y con sello.
Al final la culpa la tenemos nosotros, al asumirnos como receptores pasivos, o como seguidores ciegos o frenéticos detractores ya ni siquiera del régimen sino de don Andrés: o es “Mamá Campanita” o es “Catalina Creel”. Consumidores frívolos de noticias, sin método y sin criterio, nos subimos al “tren del mame” en un pleito que no debería involucrarnos y que sí deberíamos censurar. Tal vez lo más sano para el país es que recogieran los consejos de mi agüelo, pero me temo que a estas alturas ha quedado demostrado que los unos y los otros, en ambas esquinas del cuadrilátero, no tuvieron agüelo, y tampoco han tenido agüela.
Más allá de la defensa de don Andrés, el golpe adicional que dé también lo recibirá. Sólo que un golpe a la institución presidencial, al Poder Ejecutivo, lo recibimos de rebote todos los mexicanos. Y nosotros necesitamos un funcionario firme y sensato en la Presidencia, no un gladiador enfurecido… Y en los medios, un urgente remedio. Porque, ¡atención!, ya no estamos en el Parlamento británico del siglo XVIII. El Cuarto Poder es el periodismo, no los medios ni algún periodista.
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