Por José Francisco Villareal
Los que nacieron o crecimos en el medio rural, conocidos coloquial y con frecuencia despectivamente como “rancheros”, tenemos cierta “correosidad” ante las adversidades. Las muelas de la fatalidad batallan para masticarnos. Arrastramos achaques con estoicismo, nos negamos a romper nuestras rutinas porque sabemos que la vida está hecha con ellas, así que nos adaptamos a nuestras limitaciones. Recuerdo a un diligente labriego que tenía una pierna inmovilizada. El hombre sólo adaptó un trozo de madera como antepierna y pie, ¡y a darle!
En ese medio las enfermedades son pocas porque el diagnóstico es muy empírico. Casi todas con nombres muy genéricos y cada una con su tratamiento específico a base de hierbas, untos, baños rezos y ensalmos. Tal vez las únicas que eran intratables eran las enfermedades “de la cabeza”. Pero al estar loco, medio loco, tonto o sonso, no había impedimentos físicos, así que, además de algunas tizanas de azahares, tila o poleo (“Pa’ apaciguar el desvarío”), sólo se necesitaba vigilancia y dirección. Un loco de atar podía perfectamente desgranar maíz, llevar el nixtamal al molino o ir a comprar un estropajo de ixtle.
Enfermar de algo más sofisticado que una seguidilla, empacho, cólico, pujamiento, sangre “flaca”, etcétera, ya era notorio y tema de conversación en la fila del molino. Porque, por razones obvias, se combatían en casa los síntomas, no las causas. Y aun así sobrevivíamos. ¡Sabrá Dios por qué!
Si viviera mi agüelo y le dijera que “El Bronco” tiene diverticulitis, se aguantaría la risa. Porque ese nombre no es muy apropiado para una enfermedad, aunque sea bastante común en la “tercera edad” mal alimentada. Mi agüelo diría un compasivo “¡Pobre hombre!”, y sugeriría: “Que lo lleven al Seguro”. Mi agüela le recomendaría que coma nopalitos y tome unos tecitos de manzanilla, jengibre y menta, “Pa’ que se le baje la hinchazón de los dentros”. Y, ¡claro!, que se encomiende a los “Santos Cuates” (Cosme y Damián), y a San Roque, por si es “andancia” (epidemia). Mi agüelo añadiría, con esa ironía medio negra que era muy de él, que hay muchos presos que se mueren en la cárcel sin que nos enteremos ni de qué murieron.
Yo no sé cuántos cristianos y paganos ingresan regularmente a los reclusorios estatales. Quiero suponer que tienen servicio médico… aunque no quiero ni imaginar la calidad de ese servicio. No conozco los índices de mortalidad en los penales (por enfermedad, se entiende). Tampoco sé de programas específicos de salud preventiva; incluso contra epidemias, porque aunque reclusos, no están lejos de los virus y bacterias que pululan por las calles.
Lo interesante en el caso de la presunta diverticulitis de “El Bronco” es que la estrategia coincide con casi todos los reos (temporales o permanentes) de origen político. Es de lo más común que esos reos VIP difundan directa o indirectamente que están muy “malos” de algo, entre más grave, mejor. Esto los hace ver “diferentes” al común de los reos condenados o presuntos. Nos los muestra en la vitrina de la compasión. Nos conmueven. Pero ni preguntamos por el resto de los reos. Asesinos, ladrones, delincuentes en general, se quedan en el anonimato clínico. Así sean enfermos terminales, ni un tecito para ellos.
El eminente pediatra, ex Secretario de Salud, don Manuel de la O, dice que su amigo “El Bronco” está “tranquilo y estable”, pero que una inflamación de los divertículos que padece puede llegar a una apendicitis y luego a una peritonitis, eventualmente fatal. Yo no he tenido problemas con mis divertículos (sean lo que sean esas cosas), pero mi apéndice ya no existe y sé lo que es una peritonitis, un familiar murió por eso y yo estuve a un par de horas de seguirlo. El regaño posterior a la cirugía incluyó el clásico “¡Casi se muere! ¿Por qué no se atendió antes?”.
Sé que la diverticulitis no es divertida. Sé que puede llegar a desencadenar complicaciones fatales. Aunque “El Bronco” siempre ha presumido su origen “ranchero”, con el tiempo sólo conservó la pinta y la pose. Con amigos tan cercanos como el doctor De la O, es inconcebible que con una enfermedad tan molesta no haya seguido un tratamiento. Aunque también es muy posible que la prisión y la exposición pública le hayan causado mucho estrés, y eso lo complica todo, ¡hasta un resfriado!
Mi duda es ¿qué implica la difusión de una enfermedad de un reo? ¿Añade elementos de descargo en su proceso? ¿“Ablanda” la gravedad de las acusaciones? ¿Humaniza al presunto delincuente? ¿Le otorga privilegios a este reo en particular para enfrentar un proceso en la comodidad de alguna de sus casas o ranchos?
En lo personal, no le hago mucho caso al triunfalismo del gobernador García por la captura, ni a las voces que se suman a escarnio contra “El Bronco”. Tampoco le hago caso a los trucos de la defensa y a las prestidigitaciones legales que lo quieren exhibir como víctima. No confío en el sistema judicial mexicano, pero no tengo más opción que confiar en que no se dejará influenciar ni a favor ni en contra de “El Bronco”.
No, “El Bronco” no es más ni menos humano que cientos de reos presuntos y convictos. Enferma igual que todos ellos. Los achaques que padezca, graves o leves, lo hacen distinto y le conceden un trato diferente, pero no ante la ley ni ante los ciudadanos sino ante los médicos… como cualquier reo. Así que, espero que la estrategia de la defensa sea más específica y razonable contra quienes hacen campaña contra el exgobernador, y no nos lo expongan como un lastimero objeto de compasión, porque ambas cosas sólo enturbian el proceso. No merece ni más ni menos que otro reo y otro enfermo. Porque este caso no se debe resolver en titulares, y todo indica que es esa divertida ruta extrajudicial y pública la que quieren seguir en este caso.
PD: Me preguntó un amigo qué es el “debido proceso”. Le digo que es en el que una vez que el juez da un fallo definitivo, siempre nos queda a deber en la condena. Es decir, en casi todos los procesos contra políticos, funcionarios, delitos “de género” y sobre Derechos Humanos.