Por José Francisco Villarreal
En verdad soy un irredento amante de los animales. Un tanto hipócrita, lo admito, porque moriría de inanición si no comiera un buen filete de vez en cuando. Esta contradicción es más bien urbana, porque en mi vida rural no la había; eso sí, las reglas apelaban a la conciencia individual y eran no matar inútilmente, y no matar hembras jóvenes ni cachorros (si todos respetáramos esto, las guerras serían un poco menos terribles). Los perros no eran “perrhijos”, eran guardianes, trabajadores y compañeros. Se ganaban su lugar en la familia con mucho esfuerzo. Eran considerados pero no consentidos. Como cualquier humano, recibían caricias, regaños y burlas. Como aquel perro que mi agüelo bautizó como “Káiser”. Cuando pregunté qué era un káiser, contestó: “Fue un cabrón muy méndigo. A ver si como perro es más noble”. Tardé años en entenderlo. Mi agüelo resucitó al káiser Guillermo II de Alemania, aunque como villano en la Primera Guerra Mundial tiene menos mérito que otras potencias que, finalmente, acabarían consiguiendo su verdadero objetivo: derrotar a Alemania y desmantelar Austria-Hungría.
Esa guerra no fue de tiempos de mi agüelo; la Segunda sí, pero no se le ocurrió llamarle “führer” a algún perro. Tal vez porque la locura nazi generó indirectamente empleos temporales en Estados Unidos para mexicanos. Aunque sin pretender justificar a Hitler, tengo la sospecha que no tenía intenciones de enfrentarse militarmente a Estados Unidos, por lo menos no en el momento en que lo hizo. Creo que intentaba consolidar su dominio en Europa y crear un contrapeso político y económico. Alemania y Estados Unidos no eran tan diferentes. La etnicidad gringa no era tan radical como la alemana, pero ambos países eran de derecha muy derecha, aunque con matices en cada caso. Incluso el enfrentamiento con la muy zurda y roja URSS, si bien era inminente, hubiese podido esperar. Una salida diplomática frente a la URSS hubiera terminado exactamente como ahora, con países “trinchera” entre la geografía roja y la ¿blanca?, que hoy, sin la URSS, está muy descolorida.
Tal parece que hoy insistimos en seguir esa misma ruta: potencias hegemónicas disputándose la rectoría del mundo. Hasta en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se nota. Mi despeinada hipótesis de los contrapesos podría tener pedacitos buenos. Las potencias pueden mantener un equilibrio donde todo transcurra con relativa calma. Un equilibrio precario, porque la voracidad, la ambición, la estupidez, pondrían en aprietos al fiel de la balanza, con resultados apocalípticos que ni Juan de Patmos hubiera alucinado. Hoy lo vemos en Europa oriental… ¿o es Asia del oeste?
El conflicto en Ucrania, con todo y los conflictos internos que ya tenía, no lo inició Ucrania. Tampoco Rusia. Se inició por la expansión hegemónica no de una comunidad de países sino de una pandilla militar. Rusia, aunque muchos todavía creen que es “comunista” cuando no lo fue, sólo reaccionó ante una amenaza. El veloz crecimiento del apoyo militar (y paramilitar) de “occidente” para Ucrania muestra que la OTAN estaba cavando trincheras en el patio vecino desde hace mucho tiempo. Las consecuencias de esta invasión son más visibles en Ucrania porque mediatizarlas es parte de la ofensiva bélica. La muerte de corresponsales de guerra es lamentable, pero, la verdad, son riesgos del oficio. La muerte de militares ucranianos es lamentable, pero no se trata de ajedrez, eso es lo que pasa en las guerras. La muerte de civiles ucranianos es terrible, tanto como la de los civiles ucranianos que murieron antes de la guerra en conflictos étnicos y políticos que se mencionan poco y muy superficialmente, y nunca con la minuciosidad de ahora y hasta enfatizando la identidad de cada víctima. Horrible, sí, pero tendencioso.
La visita del mandatario estadounidense Joe Biden a Europa no abonó a bajar la tensión y promover la paz. Como es muy fino él, comió pizzas con los soldados, no tlayudas. Pero casi en las goteras de Moscú sugirió que Vladimir Putin no debe estar en el poder. Ya han “matizado” este dislate que durante décadas ha sido un veto ejercido por Estados Unidos en democracias ajenas. Pero la convocatoria a un golpe de estado en la amada Rossiya Matushka está cantada. Y la necedad occidental de no ceder ante la necedad rusa no beneficia en nada a los ucranianos. Zelensky, con apoyo evidente de medios de comunicación, sigue convocando a una cruzada universal contra Rusia. Hasta México ha sentido esa presión externa, e interna desde nuestra grotesca “derecha” (nuestra izquierda no es grotesca, nada más rollera). Un generalote estadounidense incluso sugirió que estamos “chinitos” de espías rusos. Supongo que si demostrara cada caso ante el gobierno mexicano, este debería proceder en consecuencia. En tanto sólo es una amenaza mal disimulada y muy seria contra México. Hay que considerar también que los embajadores de Estados Unidos en México no sólo espían para su gobierno, también intervienen en la política del nuestro.
Por lo pronto, el mundo olvida otros lugares donde los horrores de la guerra son cotidianos desde hace muchos años. Los principales actores son casi los mismos que andan sembrando sus milpitas de balas en Ucrania. Ya ni siquiera tenemos el consuelo de elegir entre el melón de una ideología y la sandía de otra. Occidente, regido por Estados Unidos, y Eurasia, capitaneada por Rusia, son tan de derecha como lo fueron Hitler y Roosevelt. La diferencia son los matices, neofascismo evolucionado y adaptado bastante bien a las democracias. La ultraderecha rebasada por la derecha radical. ¡Si hasta la 4T es prácticamente de derecha! Aunque, insisto, hay matices. Porque la 4T no ha resuelto pero sí asumió las demandas populares como bandera, en tanto que la derecha “fifí” se sentó cómodamente a hociconear desde la poltrona de “oposición” a secas, francotiradores de una sola diana: López. (Populismo, lugar común de todas las derechas e izquierdas radicales).
Ya sé… divago. Pero me ensordecen los ladridos belicistas, me mortifica mucho que me atiborren de información dudosa sobre Ucrania y Rusia, que desde el extranjero y desde el interior presionen para tomar partido cuando económica y políticamente es lo menos indicado para México. Ni es nuestra guerra, ni de los ucranianos, ni de los rusos; los verdaderos adversarios no luchan, sólo ordenan. Además, hasta me instan a borrar de la memoria todo lo que se vea, huela, sepa o se oiga como ruso. ¡Me niego! Oiré a Prokófiev (ucraniano), leeré a Tolstoi (ruso), comeré ensaladilla rusa, y tomaré “rusas” con vodka. Eso sí, con perdón de mi agüelo, no ofenderé a ningún perro imponiéndole como nombre Putin, Biden o Zelensky. Son demasiado nobles… los perros.