Por José Jaime Ruiz
@ruizjosejaime
Cuando un intelectual reniega de su eslogan mayor, su farsa se descubre, se derrumba. Enrique Krauze acuñó en un ensayo medianamente popular la frase “Por una democracia sin adjetivos”. Lustros después, al adjetivar la democracia, abjuró de la democracia: “El mesías tropical”. Quien buscó no adjetivar la democracia, terminó adjetivándola, calificándola o, mejor, descalificándola.
El ensayo de marras de Krauze fue un guiño no tan soterrado a la presidencia de Miguel de la Madrid, el primer candidato que habló sin tapujos en combatir la corrupción con su renovación moral. En realidad lo que se renovó fue la presidencia imperial (un calificativo que hay que buscar en Daniel Cosío Villegas, no en Krauze) al cooptar a los intelectuales para que sirvieran al neoliberalismo. Hubo intelectuales pendulares, como Carlos Fuentes, y otros que siguieron ejerciendo su oficio crítico, como Carlos Monsiváis, Luis Villoro, Julio Scherer, Fernando Benítez, Huberto Batis, Paco Ignacio Taibo II, Luis González de Alba, José Emilio Pacheco, Juan Villoro y otros tantos. El grueso se plegó al canto de las sirenas neoliberales bajo los escombros de la revista Vuelta de Octavio Paz, bautizada luego como Letras Libres, y la revista nexos.
Después de adjetivar la democracia (“tropical”, casi como bananero) se sucedieron las descalificaciones en contra de Andrés Manuel López Obrador desde los poderes fácticos (“es un peligro para México”) y desde la misma presidencia espuria (“haiga sido como haiga sido”). Quienes ahora se dicen víctimas de la 4T fueron los primeros entusiastas del linchamiento mediático, político, electoral y económico de López Obrador.
Los intelectuales orgánicos del neoliberalismo podrán suscribir las expresiones de Polibio: “Es evidente que bajo la influencia de una vida largamente próspera nos volvemos más lujuriosos, y la rivalidad de los hombres por el poder y otras esferas de la vida se vuelve aún más feroz. Si estos síntomas se agudizan, la sed de poder y el sentido de la humillación que se impone oscuramente, unidos a la ostentación y el despilfarro, conducen a un periodo de deterioro generalizado”.
Los intelectuales orgánicos del neoliberalismo sufren del deterioro; su lujuria espiritual, y material, los hizo codiciosos, su acumulación la trocaron en ostentación (Carlos Loret de Mola, León Krauze). Asistimos ahora a su ferocidad. Humillados, sólo encuentran salida en adjetivar la democracia, en descalificar. Ya son todo eso contra lo que lucharon (si alguna vez lo hicieron), a los veinte años. Nunca asumieron a Octavio Paz, quien expresó alguna vez que la verdadera crítica empieza por ser una autocrítica. Quienes se ostentan como defensores de la libertad han sido sus mayores sepultureros. Adoran criticar, lloriquean cuando se les critica. En efecto, son aliados de la ignominia.
Alterados, alteran el presente con armarios pasados. Como escribió Polibio, sus síntomas se agudizan. En un reciente artículo, el historiador Enrique Krauze recuerda: “Adolfo López Mateos visitaba alguna capital del sureste. Al bajar del avión, el gobernador le mostró las ocho columnas de un periódico local que criticaba al mandatario. ‘¿Qué se cree este pendejo?’, dijo el presidente. Un día después el director del diario apareció muerto”.
La “anécdota” le sirve a Krauze para victimizarse en un muy alucinante e hipotético suceso: “En un país en el que el periodismo se ha vuelto una profesión de altísimo riesgo, los poderes locales de toda índole (legales e ilegales) pueden interpretar las invectivas presidenciales como un permiso para dañar e incluso llegar a matar. En la misma lógica, alguno de los mencionados por el presidente podría sufrir daño o caer acribillado por un simpatizante que tome en sus manos la ‘defensa de la patria’”.
¿Alguien se atrevería a acribillar a Krauze? El “argumento” viene de lejos, desde hace años. Así lo utilizó Pablo Hiriart: “Cuidado con lo que dice el presidente, porque su manifiesta intolerancia a la crítica pone en riesgo el empleo y la vida de periodistas y comunicadores”. Escueto, Raymundo Riva Palacio expresó: “Si algo sucede”. Los “guardianes” de la libertad son sus carceleros. Ellos iniciaron los adjetivos, las calificaciones y descalificaciones. En la urdimbre de su léxico, adjetivan la democracia como “su” democracia, nada más determinante, nada más posesivo. Y así, por unos adjetivos sin democracia.