Por Félix Cortés Camarillo
No he terminado de ver la estupenda serie de televisión titulada The Crown, principalmente porque como las telenovelas que se respetan llega un momento en que parece interminablemente alargada, aprovechando su excepcional manufactura.
En primera instancia la saga da la impresión de que es un recuento del desafortunado destino de Isabel Alejandra María Windsor, quien se convierte en reina en Londres por las suscesivas renuncia de su tío el Príncipe de Gales quien prefirió su matrimonio con una plebeya, americana divorciada y plebeya que el trono que le tocaba. Jorge VI, su hermano, ocupó el trono entre 1936 y 1952 después de prolongada enfermedad para la que no estaba preparado. Elizabeth Regina se convirtió en realidad: la reina más joven del sistema monárquico que sigue prolongadndo su agonía. Nunca nadie imaginó que sería la más longeva de la historia. Recibió una entidad frágil de 15 estados independientes, del Reino Unido: dese Inglaterra e Irlanda del Norte hasta la isla de Nevis, en el Caribe, entr las islas de Barlovento; en medio está Canadá, Australia, Nueva Zelanda….
La serie de televisión termina siendo una firme reseña el peso de la corona sobre esa mujer que ha sobrevivido presidentes, revueltas, guerra mundial y avance científico durante setenta años, que en Londres se van a celebrar del 2 al 6 de junio en el llamado jubileo.
El peso de esa corona es tal, que Isabel tiene prohibido usarla, a causa de sus problemas de la columna vertebral. Por eso no pudo asistir el martes pasado, como dicta la ley y la tradición, a la apertura de las sesiones del Parlamento, en el que la reina solía pronunciar un discurso. En su lugar asistió su hijo, el más longevo heredero designado al trono que hay en el mundo, Carlos.
Carlos, con la corona a su lado pero no a su alcance, fue el martes rey por un día. Cumplió a cabalidad con el protocolo, la pompa y la circunstancia. Pero no será rey. Todavía.
El enigma no es ese. La verdadera adivinanza es los años que le queda a una institución tan vencida, anacrónica e ineficiente como la monarquía, de la que la inglesa es institución emblema. Hay reinos modernos, como los escandinavos o en los Países Bajos, primitivos en África, ilusorias en los Balcanes y medianamente decentes como en España. Pero en este siglo es totalmente inaceptable que existan los reyes, la realeza, las cortes, los títulos y toda esa parafernalia.
Que está muy bien en el cine. En la televisión, vaya.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): No se puede empeñar, señor presidene, en sus mentiras frecuentes: sí hay médicos en México y no necesita importarlos de Cuba. Sí se modificó el tráfico aéreo en la capital de la República por decreto suyo. Sí está obligando a los aviones a que vuelen a su caprichito. Sea serio, por favor.
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