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Por Félix Cortés Camarillo

Hasta donde yo me acuerdo, la única vez en que me gané algo en una rifa fue en mi cuarto año de primaria. Con el número 5, que yo escogí, resulté ganador de una pelota de béisbol, que nunca jugué.

Todos tenemos algún número favorito, cuya mística puede tener orígenes varios. Fechas, creencias, mitos, supersticiones, han hecho de ciertos números como el siete, el doce o el trece, en la culturas de occidente que se inventaron en la Europa medieval bajo influencias arábigas, números favoritos de la suerte. En las tradiciones orientales, el ocho es tremendamente mágico. Es el símbolo del infinito y de la felicidad.

En esta parte de nuestro mundo los protagonistas de la vida pública parecen estar obsesionados con el 24 negro. En el juego de la ruleta, que inventó en el siglo XVII el matemático francés Blais Pascal, dicen que la suma de todos los dígitos del 1 al 36 da por resultado precisamente el más demoniaco y por tanto mágico de los números, el 666. El número de Satán. Yo ni averiguarlo quiero; con ese señor no me meto.

Pero en nuestro tiempo todo mundo está casado con el 24 negro de la ruleta. El año 2024 tiene un hechizante influjo hasta para el presidente Joe Biden, incómodo anfitrión esta semana que tuvo que aguantar 31 minutos de perorata del presidente López en el salón oval de la Casa Blanca, quien pretendió darle clases de economía e historia de los Estados Unidos a quien lo tenía de invitado.

Es lógico. Muy cerca de la Casa Blanca, una comisión del Congreso está avanzando en la investigación sobre la ya innegable participación de Donald Trump en el intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2011, en que una turbamulta trató de tomar el edificio del Congreso para impedir que los legisladores ratificaran el triunfo electoral de Biden de modo que éste no pudiera tomar posesión dos semanas después. Hoy Donald Trump puede ser enviado a la cárcel por esa obstrucción de la justicia, delito grave, acabando con sus ilusiones de regresar a la Casa Blanca por parte del pelipintado. Eso en el 2024.

En el año 24, piensa el presidente López, una de sus corcholatas ha de ganar las elecciones presidenciales para continuar su doctrina en el poder. Así, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López , anduvo por las áridas regiones del México del norte y nombró con estruendo a un político local, Héctor Gutiérrez, delegado de Gobernación en Nuevo León, cosa que equivale al minidestape de su operador de campaña en una zona clave.

En Washington desde luego, el presidente López también apostó al 24 negro. Sus ineficientes propagandistas le llevaron mañanitas al hotel en que se hospedó, porque la mansión Blair que es para dignatarios distinguidos no le fue ofertada. Los paleros no pasaron del centenar: el acarreo en dólares es más caro en tiempos de austeridad.

Otra corcholata, Marcelo Ebrard, cuyo ineficiente aparato acumuló tropiezo tras tropiezo en la estrategia del encuentro Biden-AMLO, se empeñó en llevar a su puñado de acarreados y luego tratar de vendernos el gato zarandeado de la visita como una liebre grácil y esbelta.

24 negro paga 36 por uno. Hagan su juego señores. Todavía falta un rato para que el croupier diga que rien no va plus.

PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Cincuenta y siete minutos estuvieron los policías de Uvalde, Texas, dentro de la escuela en que fueron masacrados 16 niños por un loco, escuchando los disparos y los gritos de las víctimas. No se animaron a dar un paso hacia el asesino por miedo o por abulia o por lo que haya sido. Tal vez escucharon aquello de que es mejor dar abrazos que balazos.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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