Por Erika González Ehrlich
El efecto bumerang que están teniendo las sanciones que los países europeos aplican a Rusia por la guerra en Ucrania, está comenzando a incendiar los ánimos de los europeos en todo el continente.
Se están ya efectuando protestas en casi todos los países, especialmente en Holanda, Alemania, Italia, Francia, Polonia, Hungría, Albania, Macedonia, España y el Reino Unido, porque los agricultores y los consumidores no pueden enfrentar los costos de los combustibles, los fertilizantes y los granos.
Mientras se comienza a ver desabasto de productos en los mercados holandeses, por ejemplo y se desatan protestas con tractores en las autopistas alemanas, los grandes medios de propaganda mal llamados medios de información, bajo el control de la élite económica mundial, no dicen nada de esto, concentrándose en hacer una narrativa de ciencia ficción que habla de lo mal que le va a ir a Rusia con las sanciones.
Así también los medios locales amordazados por los gobiernos en todos estos países se callan la efervescente realidad que están viviendo con el desabasto, así como con las protestas internas, intentando minimizar las consecuencias de haber tomado decisiones equivocadas y absolutamente contrarias a los intereses de sus habitantes, con tal de seguirle el juego al gobierno estadounidense.
En la agricultura moderna el precio de los alimentos está cada vez más ligado al del petróleo y el gas, que son los insumos por medio de los cuales se opera la maquinaria con la que se producen. Por otro lado, además de estas dos materias y solo para empeorar las cosas, las enormes cantidades de granos, al igual que de fertilizantes que Europa importa de los países en conflicto, ya no están llegando en cantidades suficientes para abastecer las necesidades del mercado.
La primera consecuencia de lo anterior es el aumento intempestivo de los precios de los combustibles y los alimentos en todos estos países, que se ha extendido a otras partes del mundo, porque en los últimos años todos fueron envueltos como participantes entusiastas de la globalización, sin preocuparse por alcanzar la autosuficiencia en energía y alimentación dentro de sus fronteras.
Y para los países de la Unión Europea eso estaba muy bien en el escenario neoliberal globalista, donde todos somos amigos, mientras nos comportemos como niños educados ante la élite neoliberal, pero cuando se trata de empezarnos a sancionar unos a otros para ver si podemos hacer reventar a nuestro principal proveedor de combustibles, sin que exista otro con quien sustituirlo, la cosa cambia.
Si además nos hemos pasado el tiempo jugándole al verde, para repudiar a las energías y alimentos producidos utilizando gas y petróleo, viendo como entregarle el mercado a las grandes empresas depredadoras de energía solar y eólica, o si aplicamos leyes como en Holanda, para castigar la producción con fertilizantes, el flagelo de rebote que recibimos por sancionar a nuestro único proveedor posible de estas energías, que considerábamos sucias hasta hace una semana, se magnifica.
Para ponernos más nerviosos, solamente hay que pensar que este incendio en los ánimos de los habitantes europeos se da en un contexto de verano, cuando no es necesario utilizar el gas o el petróleo para evitar congelarnos, pero el tiempo pasa, el clima cambia y por lo visto, Rusia no tiene ninguna prisa.
Como dijo el poeta Amado Nervo: “Cierto, a mis lozanías va a venir el invierno: ¡Mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!”.