Por José Francisco Villarreal
Cuando niño era bueno para internarme en el monte, fuera para buscar leña o para pizcar maguacatas, poleo, piquín o granjenos. Ya de joven fui un entusiasta excursionista de la Sierra Madre. Solo o acompañado, nunca me perdí. Decía mi agüelo que para no perderse es necesario saber a dónde vas, en donde estás y cómo llegaste ahí. Ah, y que “nada más los pendejos creen que todos los árboles son iguales”. Ahora sí me pierdo entre la roña urbana. El Sol ya no orienta, sólo confirma el extravío; y de noche el “mango de la cuchara” (Osa Menor) no apunta al norte sino a la base de cada farol público.
Me consuela que estamos igual: extraviados. No hay brújula ni astrolabio que valga. Tal vez tenga que ver con la ambición egoísta ya elevada a la categoría de virtud. La ambición siempre es carroñera. Afortunadamente yo no soy ambicioso, como no sea respecto a los gadgets de cocina (mataría, simbólicamente, por una kichten aid con todos sus aditamentos). Y también comprendo que no estamos preparados para el nado sincronizado, como el de una democracia.
Un proceso electoral es el ejercicio de coincidencia social por excelencia… eso y la fila para llenar cubetas con agua. No estamos preparados para ejercer el voto con responsabilidad. Fuimos educados, desde los propios partidos, para extraviarnos en nuestras ambiciones chaparras. Votamos por un patán que nos ofrece no aumentar las tarifas del camión, aunque todo su proyecto sea un galimatías. Cada candidato está sostenido por cacicazgos e intereses. No importa el proyecto, sino que el candidato gane. Las campañas no politizan, nos extravían con recursos de marketing, como si fuera un nuevo sabor de las frituras de bolsita. El proyecto, finalmente, se arma con compromisos y acuerdos muy ajenos al mito del “bien común”. Y nosotros acabamos más perdidos, porque sin la “polis” no hay ciudadanos.
Cuando se anunció la elección interna en Morena, no me sorprendió la intensa cobertura que se le dio, da y seguramente, se le dará. Morena sigue dependiendo mucho de su líder moral y fundador, don Andrés Manuel López. Es lógico que nos interese cómo se va a estructurar para mantenerse en el caso de que el presidente cumpla su promesa y, terminando su gestión, se retire de la política.
Me fastidia que se le dé relevancia a la opinión de la “oposición”, normalmente prejuiciada y sistemáticamente irracional, y viceversa. Me interesa, eso sí, lo que digan los militantes morenos. Monreal, por ejemplo, aunque personalmente lo percibo más pálido que moreno. Estamos hablando de la supervivencia de un proyecto de nación del que este régimen es apenas un anuncio. Aunque le pese a muchos, ese proyecto es muy similar a las ideas que engendraron a los demás partidos (excepto, claro, el PAN y sus sucedáneos, y la franquicia PVEM). No importa lo que digan Marko, o el inaudible Alito, o el señor del sol con ictericia. Porque, con la pena, una democracia no puede ser de “derecha”, a menos que todos los ciudadanos sean unos idiotas.
La elección interna en Morena va a dar el matiz de esa izquierda necesaria que desde ya le da comezón a nuestros primos norteños (incluyéndonos, a los reineros). Necesaria, además, porque el equilibrio político mundial está en un balancín muy peligroso. De ese matiz depende si México sigue manteniendo su liderazgo internacional, o se somete ante el pandillerismo económico. La “oposición”, antes de ningunear a la elección interna en Morena, debería mejor analizar en silencio ese proceso; replicar ese ejercicio en sus propios partidos, podría ser más aparatoso y escandaloso. En ese universo moreno se ejemplifica mejor que los mexicanos estamos acostumbrados a votar por línea, al azar o a cambio de espejitos, y que si nos liberan no sabemos que hacer… ¿o sí? Sólo que en Morena se estructuran cuadros, bases, representaciones. Se prepara la consolidación o la degradación de un partido. En esta militancia morena puede auscultarse también la salud de la militancia de todos los demás partidos y, además, dictaminar si hay vacuna o si la enfermedad de las dictaduras partidistas puede tener remedio. Cuando las barbas del vecino se rasuran, a remojar las propias.
El proceso electoral interno en Morena es interesante, y una experiencia invaluable para los ciudadanos. Los incidentes, positivos o negativos, retratan el desconcierto electoral de todos los mexicanos y retan a los militantes de los demás partidos. De los resultados sabremos si la militancia morena está llena de ciudadanos extraviados o expósitos, si siguen perdidos o fueron adoptados. A todos nos conviene que Morena se consolide como partido, a ver si así los otros partidos se enteran de que un partido no se fortalece con líderes hocicones. A ver si en la “oposición” se enteran de dónde vienen, en dónde están y cómo llegaron ahí. No queremos a Morena como partido único, sino a todos los partidos fuertes, coherentes y honorables. Incluso a los de “derecha”. Porque los electores seguimos extraviados en nuestras ambiciones chaparras, pero creo que nos estamos dando cuenta que no todos los árboles son iguales. Y árbol que no da sombra ni fruto, da leña. El hacha también lo sabe.