Por José Francisco Villarreal
Durante mi infancia no me importaron demasiado el calendario civil y el litúrgico, el viejo y el nuevo. Ese desapego infantil por el calendario es como una defensa propia contra el determinismo. Un poco intuir que nuestro destino no lo decide la Divina Providencia ni las Moiras, sino la masa humana corriendo estúpidamente hacia el abismo. Al menos me consolaba suponer que la edad de la inocencia terminaría cuando no cayera en las bromas del 28 de diciembre. Esa era mi esperanza… ¡pero no! Sigo cayendo redondito, figurativamente redondito, aclaro.
De niño sí era un poco más escéptico, nunca me creí que los bebés nacían en plantas de repollo. Lo comprobé en la huerta de don Margarito; a sus repollos no les crecían más que orugas y chapulines. Tampoco creía lo de las cigüeñas, según yo porque en Nuevo León no hay cigüeñas sino garzas, y como son pequeñas no pueden cargar niños en sus picos. Así que las señoras reineras debían arreglarse solas para gestar y parir. Un ejemplo de que premisas falsas sí pueden llevar a conclusiones más o menos ciertas. Ya no seguí explotando este tipo de enrevesados procesos mentales; de haberlo hecho hoy sería un político brillante, o un obstetra.
Lo que me recuerda que debo felicitar al joven Samuel y a su más joven cónyuge por su, de ambos, embarazo. Este tipo de cosas despiertan empatía instintiva que, si bien es útil políticamente, también lo es para una pareja primeriza. Ojalá que ese embarazo llegue a buen fin. Y como un embarazo siempre acarrea cambios, desde orgánicos hasta de personalidad, también cabe la esperanza de un cambio en la forma cómo ambos influencers/políticos perciben su entorno físico y social, lo que invariablemente llevaría a reforzar su visión política… positivamente espero.
Para esta joven pareja la llegada de un hijo es emocionante pero no angustiante. Eso sí, puede ser muy ilustrativa. Sólo con ver cómo cambiarán sus vidas y su economía familiar, por más holgada que sea, les dará una idea para dimensionar lo que sufre una pareja, de cualquier estrato social. Porque un bebé no sólo son papillas y pañales, también es una bola de cristal a través de la cual nos queremos asomar al futuro. Desde el primer llanto ya lo imaginamos en casa, en familia, en sociedad. Y lo que imaginamos siempre va a contrastar con la realidad. La distinguida pareja deberá comprender lo que comprende cualquier pareja, desde una de un Fomerrey hasta otra de Colorines: que la realidad es el principal obstáculo para cualquier esperanza que depositamos en un hijo. Si logran comprender eso, también entenderán que como gobernador y funcionaria pública, tienen más posibilidades que cualquiera para allanar un poco los obstáculos para todos, lo que incluye a su vástago.
Desde este gobierno del estado en estado interesante, a la empatía popular debe corresponderse con empatía. Sin esta condición, cualquier publicación sobre el tema es irrelevante.
Las cifras de ejecuciones, feminicidios y desapariciones forzadas ya no deberían verse como estadísticas que, a la baja o al alza, su sola existencia es una tragedia individual y social. Cada alarde mediático de avance en la educación y la salud sonarán vacíos, porque ya no se verán desde la frivolidad de un balcón de palacio sino desde ese nuevo ser que tratan de incluir en esta comunidad. En el difícil proceso que padece un niño para adaptarse a su entorno no hay excepciones: igual lo sufren en pañales de seda que de trapo. Hasta el transporte urbano, si bien pueden ponerle chofer al bebé, no lo pueden sustraer de lo que sucede alrededor. De una forma u otra le afectará. Pero lo más importante es que, a pesar de que creemos ciegamente que los hijos nos ven como ejemplo a seguir, en el fondo nos ven con ojos críticos, más críticos aún que nuestros más enconados adversarios. Nosotros creamos los argumentos con los que, a la postre, ellos acabarán juzgándonos. Porque, aunque los presumimos como continuadores de nuestras obras, su propósito natural es trascendernos y superarnos; de nosotros depende que lo hagan como familia o como pandilla. Cada injusticia o rapiña o acto de corrupción que cometamos, ellos lo negarán ante todos, pero no ante nosotros, y nos imitarán o nos repudiarán. Y ese último sería un reproche más doloroso que el escarnio público o una acción penal.
De veras espero que el gobernador García y la ciudadana Rodríguez, revisen y refuercen su compromiso social a la luz de su nuevo estatus como familia. Sobre todo, espero que el joven García comprenda que, ahora sí, podría estar gestando su nuevo Nuevo León. Su mejor obra y a la postre su mayor crítico.
PD. No, que yo sepa no tengo hijos. El uso de la primera persona del plural ni siquiera es un deseo, sólo es un recurso retórico. Además, soy devoto de San Herodes.