Por Félix Cortés Camarillo
Algunos televidentes han malentendido la serie The Crown, de excelente manufactura y oportuno lanzamiento, como una biografía de Elizabeth II cuyo funeral, casi totalmente diseñado por ella misma y minuciosa y espectacularmente producido, cautivó ayer seguramente a millones de espectadores en el mundo. Pero no es así.
La serie es más ambiciosa y trata del enorme poder que en el Reino Unido tiene La Corona, La Institución; su inercia histórica, ética y política, que acaba doblegando a los que se llaman sus soberanos.
Tan es así que la fallecida reina no pudo apoyar a su hermana cuando quiso casarse con un divorciado del que era amante, el gobierno lo prohibió; de igual manera tuvo que obligar a su marido a cambiar su apellido por el de ella, aunque el de Windsor era obligatorio nada más para los descendientes varones sólo por citar dos eventos de mayor trascendencia familiar.
La Corona, la tradición, es la que manda en ese raro país. Y si hace diez años el setenta por ciento de sus ciudadanos deseaba seguir en la monarquía y la reina Isabel II tenía hace un año el 80 por ciento de las simpatías, su hijo y heredero sólo tiene una aprobación del 57, en el evangelio de nuestro tiempo que son las encuestas.
Los mexicanos, que estamos acostumbrados a las monarquías absolutas, bananeras, sexenales y carentes de glamour , con honrosas excepciones -que así se dice en la cuarta simulación- entendemos con dificultad las monarquías constitucionales y parlamentarias de las que la británica es paradigma y las escandinavas y española reproducción. El rey reina, pero no manda, sólo hace negocios cuando puede. Sin embargo, es testigo de la historia. Isabel II presenció la independencia de la India, el desprendimiento del Canal de Suez y otros torpedos al barco imperial.
El gobierno es tarea del Primer Ministro y su gabinete, resultantes de las elecciones entre conservadores y laboristas. En ese sentido, la personificación de Churchill que hace John Lithgow en la serie de marras, es de agasajo.
El asunto es que ayer a las once de la mañana finalmente se acabó la reina, y viva el rey.
No es tan sencillo. Carlos tiene que ser soberano de 15 países del Commonwealth que van desde Canadá y Australia hasta unas islitas en la mitad de la nada que se llaman Vaunuatu. El imperio de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte va a tener que plantearse la pregunta de si como forma de estado la monarquía sigue siendo válida cuando ya casi caminamos un cuarto del siglo XXI. De su prosapia no hay duda: la casa real británica proviene de la alemana Sachsen-Coburn-Gotha, y Saafeld, que bien conozco. A esa casa dio nombre en el siglo 19 Ernesto I, padre de Leopoldo, rey de Bélgica y de una tal Carlota, esposa de un tal Maximiliano.
Apenas en 1917, a raíz de la Primera Guerra Mundial y su consecuente ambiente anti germánico, el rey George V ordenó a toda su prole renunciar a los títulos de esa casa y fundó la de Windsor. A ella pertenece Carlos Tercero. ¿Será el último rey de Inglaterra?
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto señor presidente ¿no tendría por ahí un plan de paz para México?
felixcortescama@gmail.com