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Por José Francisco Villarreal

Había una vez una princesa llamada Hedwig, como la lechuza de Harry Potter. Como todas las princesas de los cuentos, debió ser rica y bonita. Además, ella y su hermana Maria fueron herederas de los tronos de Polonia y Hungría. Para no armar la gresca, Hedwig Andegawenska (Eduviges) se quedó con Polonia y Maria (María) con Hungría. Pero como sucede en la realeza y en la ralea, no vivieron muy felices. A Eduviges la casaron con don Jogalia Jargellón, un fulano que ni cristiano era, pero era muy entrón. Don Jogalia era Gran Príncipe de Lituania, equivalente a rey, pero aceptaba modestamente que lo llamaran Gran Duque, y “mi rey” sólo a Eduviges. Pero como iba a gobernar el reino cristiano de su esposa, se bautizó católico y se hizo llamar Vladislav, o como dirían en mi rancho, “Ladislao”. Gobernó bien a Polonia y Lituania, con astucia al menos; lidió con los nobles en una monarquía poderosamente electiva. Eduviges no se metió mucho en política, sí en obras pías. Aunque el pueblo polaco la veneró como santa durante siglos, quien acabó canonizándola fue un papa polaco, Juan Pablo II, en los años 70. Le fue mejor que a su hermana Maria Andegawenska, destronada, reinstalada, encarcelada y finalmente muerta por parto prematuro al caerse de un caballo. El matrimonio de Santa Eduviges creó un estado que agrupaba una buena parte de los actuales estados de Europa Central. Sí, ahí mismo, donde ahora se libra una guerra abierta (en Ucrania) o lateralmente (en todo el mundo). No nos confiemos en el mapamundi. La verdad es que Europa es minúscula, se agranda el territorio y se vuelve más apetitoso a medida que se viaja al oeste.

El cuentecillo viene al caso porque aquella, si no fue la primera vez que se intentaba, si fue la primera vez que se consolidó un país unificado reclutando a los pequeños estados de Europa Central alrededor de un gobierno fuerte. Era una unificación necesaria en muchos aspectos, porque todos estaban bajo la misma amenaza: la Orden Teutónica, el Imperio Otomano, los tártaros, los mongoles, y una que otra monarquía occidental con ambiciones. Un reino agrupando a los países de Europa Central, con acceso a dos mares (Báltico y Negro), hubiera sido una potencia económica, política y militar impresionante. No se pudo, y luego, a través de los siglos, se volvió a intentar, pero nunca prosperó. No hasta ahora, que una vez liberadas las repúblicas que se asociaron a la vieja Unión Soviética, se retoma la misma idea, esta vez la carnada es la Unión Europea, o más bien, la OTAN.

Es curioso tratar de occidentalizar esa parte que tradicionalmente ni es oriente ni es occidente. No sé si ellos creen que ser europeo es mejor que ser asiático. O si en su momento Trump les doró la píldora del apostolado libertario de Estados Unidos, casi ángel guardián de Europa. Pero el güero zanahorio se los dijo clarito, sólo se trata de venderles energéticos y armas. Eso basta para tener en el puño o bajo la bota a cualquier país. Ucrania, tal vez el más ruso de todos los países exsoviéticos, inició hace mucho el proceso de desrusianización. Nos vendieron noticias alarmantes de vandalismo, terrorismo o separatismo, cuando eran pogromos: depurar las regiones “rusas” de Ucrania. Adolfo Hitler tenía un término para definir esa estrategia, pero no quiero recordarlo. Rusia tampoco es el hada buena del cuento. No hay hadas buenas en estas historias. Anexarse territorios ucranianos es hacer lo mismo que intenta hacer la OTAN con los países de la zona: crear marcas fronterizas. Los marquesados de esta nueva Edad Media. Algo que se le da muy bien a nuestros primos norteños: segregar. Rusia también lo hace con sus propios ciudadanos.

Ucrania es sólo una parte de una región rica y poderosa que quiere controlarse bajo la democrática, libertaria y amorosa tutela de Estados Unidos. Es el mismo oscuro objeto del deseo ruso, sólo que Rusia no tiene tan buena prensa en Europa y América. No, no se trata de libertad, ni de democracia, ni de integridad territorial, ni de derechos humanos. Poder, hegemonía, imperialismo de dos potencias, no más… Los mexicanos no aspiramos a nada de eso, espero que don Andrés y su carnal Marcelo no lo pierdan de vista, y que el Senado no incluya este delicado tema en su tradicional concierto de zanates.

Sí, ya sé que el tema oportuno para este mediocre artículo es el primer informe de gobierno de Samuel García. Lo siento. Tengo un año siendo gobernado por él y a veces como que hasta extraño al Bronco o a los Medina.

Hay pocos hechos más o menos destacables, como la vacunación para niños que fue tan conveniente para Nuevo León como para Texas. Ni siquiera la promesa de un gobierno sin corrupción ha sido medianamente cumplida. ¿Qué puede decirle ese informe a la gente que sigue padeciendo lo mismo que en el “viejo” Nuevo León? ¿Movilidad, seguridad, corrupción, transparencia, agua, obra pública…? Un informe de gobierno con pavoneos, con pocos hechos, muchas promesas omitidas y demasiados presagios… Para eso ¡mejor mi Tarot!, la neta.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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