Por José Jaime Ruiz
El Calendario Azteca y la Piedra de Sol de Octavio Paz: “El bien quisimos el bien, enderezar al mundo, no nos faltó entereza, nos faltó humildad, lo que quisimos no lo quisimos con inocencia”. Los iracundos de Claudio X González y los amorosos de Jaime Sabines que ya no callan, ahora gritan en la alcoba o en la Plaza Mayor. Silvestre, Chávez y Moncayo. Pepe Revueltas y Efraín Huerta. Los Agachados de Rius y la serenidad y paciencia de Kalimán. Armando Manzanero, Agustín Lara, Juan Gabriel y Álvaro Carrillo. Las tantas luces encendidas de José Alfredo y la mexicanísima Chavela Vargas porque, se sabe, los mexicanos nacemos donde nos dé nuestra chingada gana. Abel Quezada y el nunca más del Tapado. Y un Fantomas rondando a Julio Cortázar. Y Naranjo y el Fisgón.
López Velarde y la suave patria, esta patria de patas rajadas, esta patria del abuelo joven, de Cuauhtémoc, nuestro único héroe a la altura del arte. Ni a la sombra del caudillo ni esas buenas conciencias desnudadas por Carlos Fuentes. Tamayo y Toledo y Frida y María Izquierdo y Diego, Orozco, Siqueiros.
La tortillería a tres cuadras de tu casa, cuando descalzo habitabas el rudo calor del pavimento, ese sol de Monterrey de Alfonso Reyes, y traías la tortilla nuestra de cada día. Lázaro Cárdenas, el petróleo y el exilio español para beneplácito de Daniel Cosío Villegas quien quiso de nosotros algo simple: hacer cada vez más pública la vida pública. Y los chilenos y los argentinos y todos aquellos a los que les dimos y les damos resguardo, hogar, patria. Nosotros, los del aquí y el ahora, los patas rajadas, ajolotes de Xochimilco.
Guadalupe Trigo y el tequila y su valentía. Rosaura Revueltas y la sal de la tierra. Carlos Pellicer y su abrazo al alba y al atardecer. Y la ciudad siendo ciudad en Salvador Novo, en Carlos Monsiváis, el Monsi. El soneto de Juana y de Juan un llano en llamas.
Las marchas de los olvidados, de los médicos, de los ferrocarrileros, de los estudiantes. Tlatelolco y las montañas de Guerrero. Nuestros terremotos y 1985. Las marchas de los olvidados, de los pata rajada. Herminio Gómez y sus fatigados tenis recorriendo el país por la democracia… y el doctor Nava. Es cierto, alguna vez en México la derecha rozó la dignidad.
Y el 8 de marzo y la Marcha del Orgullo LGBT+. Quetzalcóatl y el Buen Jesús. El híkuri, María Sabina y Santa Sabina. Joaquín Hurtado y Josefina Vicens. Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra, Arturo Meza y ocultar la vergüenza de su impotencia en la violencia. Y desde el Metro Balderas de Rockdrigo a la Primera Calle de la Soledad de Jaime López. Los que se fueron están; los que llegan, estarán. Si algo hay que acarrear, es a la historia. Volverla presente. En el ritual de la marcha surge la camaradería, el afecto común, la lucha individual es ya lucha social en cada paso compartido, en cada puño alzado, en cada consigna a todo pulmón. Acarrear la democracia, la justicia, la igualdad.
Acarrear la historia, acunarla. Y así, frente a la minoría iracunda, la orgullosa marcha triunfal de los pata rajada. Claro, claro, claro. Como canta el cubano: “Vamos a andar, matando el egoísmo para que por lo mismo reviva la amistad. Vamos a andar hundiendo al poderoso
alzando al perezoso, sumando a los demás. Vamos a andar con todas las banderas trenzadas de manera que no haya soledad. Vamos a andar para llegar a la vida”.