Por José Jaime Ruiz
El “nuevo” Nuevo León es un león que no ruge, apenas maúlla. Entre el gobernador constitucional, Samuel Alejandro García Sepúlveda, y el Congreso local, léase Zeferino Salgado y Francisco Cienfuegos, se agandallan o tratan de agandallar la lana de los ciudadanos, de los nuevoleoneses. Se pelean por el presupuesto porque ahí está la ventaja de la robadera. Ni el gobernador ni los diputados tienen llenadera.
Que se chinguen los ciudadanos porque nuestros políticos, convenientemente, viven en la simulación y de la simulación. Teatrales, lo suyo es el simulacro, y no representan a los ciudadanos, se representan a sí mismos para prolongar su corrupción. Dentro del simulacro y de la realidad del agandalle, todo puede suceder. Sucede que una diputada anduvo en Catar y simuló que estaba trabajado en Nuevo León, visitando escuelas. Sucede que Mariana Rodríguez, como siempre, tira la piedra de la venta de infantes de Capullos en el sexenio pasado y trata, inútilmente, de esconder la mano.
Sucede que el secretario de Gobernación simula darle el espaldarazo a Samuelito y, en la firma del convenio hídrico, se mofa sarcásticamente de Juan Ignacio Barragán, el funcionario inepto de Agua y Drenaje, en Victoria, Tamaulipas. Sucede que Samuelito, gracias a la Conago, se acaba de convertir en turista frecuente de las capitales del mundo.
Sucede, sin embargo, que ante los maullidos corruptos de los funcionarios públicos, ante su rampante simulación, los ciudadanos todavía padecen crisis del agua, todavía esperan tres horas el transporte público, todavía soportan la galopante inseguridad y, mal de males, se enferman por la suprema contaminación que padecemos. Nuestros políticos simulan que trabajan por nosotros, error, no pueden simular su corrupción y su enriquecimiento muy explicable.