Por José Francisco Villarreal
Hace muchos años, mi primo Beto Chapa me regaló un disco LP, un poquitín traqueteado, pero en aquellos tiempos no éramos tan puntillosos con la calidad del audio de nuestras tornamesas. Eran sólo cantante y guitarrista, nada más. Nada más que cantaba Chabuca Granda y tocaba Óscar Avilés (¡tranquis!, no al INE sino la guitarra). Si por separado cada uno era una joya, juntos en ese disco eran un tesoro. Más peruano no se puede. “Dialogando”, se llama el volumen, data de 1967, y todavía se puede escuchar espulgándole en la Web. Más allá de eso, poco sé de Perú. De niño leí cosas sueltas de don José Santos Chocano. Luego a Vallejo y a Moro. Inevitable Vargas Llosa. Pero no conozco Perú. Supe más tarde de la indefensión del pueblo peruano ante seres miserables. Padecieron, y supongo que lo siguen haciendo, la corrupción, igual que los mexicanos. Con la ventaja muy relativa de que allá no se han tentado el corazón para encarcelar a presidentes. No podría asegurar que se ha hecho justicia, ni que fuese una revancha política o de clases, pero embotellan a mandatarios sin miedo al escándalo. En México damos coscorrones y condenas inocuas y simbólicas a los mandatarios y a los funcionarios. Hay más solidaridad en la clase política mexicana. Hoy por ti, mañana por… si acaso.
No podría abundar en lo que está pasando en este momento en Perú. No estoy ahí, ni tengo antecedentes desde la cancha del peatón. Por lo que los medios mexicanos difundieron, hubo dos golpes de estado, aunque sólo uno funcionó. Habría que ver en las leyes peruanas, primero para saber si el presidente sí puede disolver al Congreso; y si el Congreso tiene la facultad de destituir al presidente. El dictamen de un juez que acredita la detención del presidente (ahora expresidente), es tan oportuno como el contingente policiaco que lo capturó y el primer deslinde del Ejército. Hasta aquí todo indica que hubo una mejor organización golpista en el Congreso que en la Presidencia. Los cargos que achacan a Pedro Castillo me confundieron un poco, pero en cuanto Laura Bozo despotricó contra el exmandatario, ya dudo entre si es un presunto delincuente o la víctima de una persecución política. La “señorita Laura” no es la más indicada para dictaminar culpas de ningún agraciado o desgraciado. El hecho es que, y no sé si haya precedente en Perú, el Congreso canceló así los resultados de una elección democrática. El pueblo se equivocó. Para los legisladores, el elector peruano no votó por la persona correcta. Enmendaron la plana. Así de simple. No sé, tal vez habría que hacer una cotización internacional sobre el valor del voto en cada país y su tasa de cambio respecto al voto legislativo.
No nos escandalicemos. Aunque sin elección democrática de por medio, un congreso mexicano hizo algo parecido con un emperador, y hasta lo condenó a muerte. Y no nos exaltemos, el voto en aquel tiempo no era universal y sí era bastante exclusivo y cuestionable. Es curioso que tras la caída de Agustín de Iturbide (el último emperador de México, Maximiliano fue emperador nada más de los fifís), los territorios de Centroamérica se separaron de México. Sabrá Dios qué malas caras vieron. Tampoco nos entusiasmemos, estas chicanadas políticas ya no son aplicables aquí. Perú no es México. Si una caricaturesca legisladora, un empresario autócrata, o cualquier otro ente de la mal llamada “oposición” mexicana suponen que esa es la manera de deshacerse del presidente, les tengo noticias. No conviene a ninguno. Primero, porque ya no tiene caso, ya se va. Segundo, porque hacer algo así, desde el Congreso de la Unión, implica una ruptura de poderes, como en Perú, sólo que aquí destituirían al Comandante Supremo del Ejército, que quién sabe cómo se tomaría un mando civil sin el respaldo popular. Hemos tenido malos y hasta pésimos presidentes, pero elegidos por el voto universal. La destitución de uno y la designación de otro desde el Congreso no es un buen precedente ni para el pueblo ni para el Ejército. Para controlar a los militares tendrían que empoderarlos por encima de las instituciones del estado, lo que de verdad nos pondría en la antesala de una dictadura. Y tercero, porque el Congreso de la Unión y prácticamente todos, se representan más a sí mismos y a intereses ajenos a los populares, y eso lo sabe muy bien cada ciudadano. Nadie se tragaría el cuento de una destitución presidencial, como nadie se tragó la defensa del INE, ni la papiroflexia que hicieron con la reforma laboral sobre las vacaciones. ¡Por Dios! El Congreso es tan creíble como la teoría de la Tierra plana.
Las amenazas y coqueteos con un golpe de estado en México sólo están exhibiendo la perversidad de una oposición frenética, irracional, incapaz de ponerse a la altura del reto de responder al régimen como oposición pero desde la vocería de sus mandantes, el pueblo mexicano, no de sus patéticos líderes. Sugerir que pueden hacer lo mismo en México es amenazar con llevar la confrontación a excesos que, una vez desatados, ni ellos mismos podrían controlar. La democracia, en esta escalada fascista internacional, me recuerda un par de versos de José Santos Chocano: “Era un camino negro./ La noche estaba loca de relámpagos”.