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Por Félix Cortés Camarillo

Ciertamente, la fiesta cristiana de la Natividad de Jesús que nos trajeron los conquistadores, es desde su origen una adaptación de anteriores costumbres y ritos paganos europeos como el solsticio de invierno, la fiesta de las luces de los nórdicos o judías como la de Hannukah. Por la coincidencia de fechas y circunstancias, la incierta fecha del nacimiento del Cristo, la fábula de la matanza de recién nacidos por órdenes de Herodes en Palestina y la visita de unos hechiceros llegados seguramente de Turquía o la India misma, todo ello se integró en un paquete de fiestas que resultaron con el nuevo calendario gregoriano, decembrinas. Porque diciembre era el mes décimo.

A ese paquete se agregó, de manera especial en Europa, las leyendas de San Nicolás, un joven turco heredero de cierta fortuna que decidió repartirla entre los necesitados y entrar de monje a un convento para simbolizar luego la caridad cristiana. La más conocida de sus leyendas es la que cuenta como un hombre pobre se angustiaba por no poder casar a sus tres hijas: carecía de los medios para ofrecer una dote atractiva para los futuros maridos.

Una noche de inicios de diciembre las mozas lavaron sus medias y las pusieron a secar sobre la chimenea. Nicolás pasó por ahí, enterado del apuro del padre y depositó en cada una de las medias -predecesores de las botas de hoy- una moneda que sirviera para el propósito casamentero.

De todo eso se infiere la idea de que las fiestas de este fin de semana son de gula y generosidad. Viandas abundantes, dulces y fachas estrafalarias, y la obligación que con la revolución industrial y el desarrollo del comercio aprovecharon los mercaderes, de dar obsequios a todos los seres cercanos, especialmente los niños. En España ese uso se practica el día de Reyes, que cierra nuestro puente Guadalupe-Reyes de ocio y opulencia, así sea ficticia. 

Marginalmente se hace mención en las celebraciones navideñas a la paz y la concordia. Nada más lejano a la realidad del mundo que conocemos. En el mundo, esta noche no será de paz. Especialmente en la Ucrania indómita, pero no solamente ahí. La paz no es solamente ausencia de guerra. Tiene que ver especialmente con el ejercicio de la justicia. No precisamente con la dádiva generosa del gobernante que presume haber dado beneficios a los gobernados que son en esencia obligaciones que determina su oficio.

De esta suerte, entre las exigencias de la actividad comercial y la demagogia de los gobiernos, se pierde lo que teóricamente da sustento a las fiestas decembrinas: el nacimiento de un niño judío que con el tiempo se convirtió en un peligroso agitador social, revolucionario de una iglesia anquilosada, fariséica, que necesariamente había de ser muerto para ejemplo de que nadie puede -de buenas a primeras- siquiera sugerir que es el rey de los judíos.

Para el caso, de cualquier otro pueblo.

De todos modos, tengan ustedes una noche muy buena y una mejor Navidad.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Es legítimo el reclamo del presidente Lopitos. Al recibir a Zelenski en Washington el presidente Joe Biden repitió el vicio lingüístico y político que los estadunidenses repiten a diario: apropiarse del término América para referirse a un solo país, el suyo. Tiene razón López Obrador. Este continente con el que el navegante Colón se tropezó camino a la India, fue rastreado luego por Vespucio y por él lleva por nombre América. Desde el estrecho de Behring hasta el extremo sur de Chile. Y la desprestigiada política de “América para los americanos” no está del todo errada. Pero todos somos americanos.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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