Por Francisco Tijerina Elguezabal
Desde que tengo uso de razón he vivido siendo testigo de la eterna lucha entre los puesteros y las autoridades que invariablemente pierden la batalla al pretender controlarlos.
Crecí viendo cómo las banquetas de Padre Mier o Juárez estaban inundadas de charoleros; me tocó ser testigo de la construcción de zonas comerciales como las de Reforma, Colegio Civil, el mercado en Cuauhtémoc y 15 de mayo, en la cuchilla de Colón y Pino Suárez y he visto cómo van y vienen de la Alameda.
De todos los intentos de las autoridades por contener a los comerciantes informales ha sido el más reciente el que más risa me ha causado por su altísimo nivel de insensatez.
El asunto es muy sencillo: los vendedores se instalan en donde encuentran altos puntos de flujo de personas, no en donde no pasa ni acude nadie, ¿de quién fue la idea de enviarlos a la plazoleta junto al viejo Palacio Federal? Van a regresar a la Fuente de Neptuno cualquier día de estos.
Y la idea de meterlos en el antiquísimo centro comercial subterráneo de la Macroplaza tampoco funcionará, porque ya nadie se estaciona ahí y menos cruza la calle por la parte inferior de Zaragoza… me recuerdo que el único negocio que medio funcionó de esos locales fue uno de videojuegos y no por mucho tiempo.
Lo grave, lo triste, lo preocupante, es que le hayan dado representatividad y legalidad a un tipo como Eduardo Arguijo cuando deberían haberse puesto estrictos y fajarse, argumentando que se trata de un apoyo social y por tanto se otorgarán los permisos de manera individual, no de grupo.
No se quejen mañana del monstruo que acaban de crear, porque ese viejo lobo de colmillo retorcido les hará ver su suerte y cada vez que se le antoje, sobre todo cuando se acerquen campañas políticas, los pondrá en jaque y amenazará con sus agremiados.
No entiendo el por qué son tan tercos y no aprenden de la historia. No están obligados a conocerla, son muy chavos, pero por lo menos deberían preguntar y darse una orientada antes de cometer tantas tonterías.