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La ínsula de Calibán y las elecciones

Por José Francisco Villarreal

He leído con placer, pero nunca he visto en escena La Tempestad, de William Shakespeare. Sí la he visto en adaptaciones cinematográficas. La del 79 me supo a cata vieja, con regusto del tiempo isabelino y notas amargas del reino insular de Calibán. Me encantó la versión de 2010, con la maravillosa Hellen Mirren como “Próspera”. Y, ¡cómo no!, es más que alucinante Sir Arthur John Gielgud protagonizando el “Prospero’s book”, en los 90. No fue difícil reconocer la pluma timonera del Bardo de Avon en aquella joya de la Ciencia Ficción de los años 50, “Forbidden Planet”, el Anno Domini de este género cinematográfico. Frente a una puesta en escena, hay una ecuación de dos incógnitas, dos escenarios simultáneos, el del público y el de los actores, que eventualmente pueden traslaparse. En cine/video, la puesta en escena es inmutable. Supongo que esa era la idea original: Dionisos ebrio y apoltronado en un lecho de vides viendo a la distancia el drama humano determinado por un destino inflexible. Desacralizar el escenario desencadenó voluntades, intercambió papeles, vulgarizó el libreto, mandó al carajo incluso al pretencioso traductor si lo hubiere (una traducción siempre dice otra cosa). 

Aquellos griegos clásicos eran unos loquillos. Nos dejaron su lúcida locura como herencia. Desde el teatro hasta la democracia. Como incluso los griegos actuales ya no entienden a los griegos clásicos, los hemos interpretado, teatralizando nuestra vida cotidiana y desgreñada. Es mejor que evitemos pavonearnos por esa herencia cultural: aun la democracia ateniense que veneramos, era más bien una ultraderecha zaína. Nada qué ver con los avances políticos y sociales de la diarquía militarista en Lacedemonia, donde las mujeres y hasta los esclavos tenían derechos. Si los austeros espartanos no acostumbraban murallas ni fortalezas, y luchaban casi desnudos, seguramente fue porque no tenían nada que temer, ni qué ocultar, ni de qué avergonzarse.

Hoy nuestro libreto de la democracia es un palimpsesto. Se ha reescrito tantas veces sobre el mismo papel que escenarios y patio de butacas, público y protagonistas se confunden. Desgraciadamente nuestra inminente Tempestad mexicana 2024 no es shakesperiana. Hay magia, silfos traviesos engañando y atormentando a ciudadanos incautos, Sycorax sediciosas, lastimeros Prósperos, pícaras Mirandas… Hay todo menos la dignidad ceremonial del teatro. La oposición, cegada por su ambición desenfrenada, sumisa y malinchista, se traba pisándose las agujetas en un interminable maratón que circunvala al poder. Las polillas son menos bobas ante la llama que acabará chamuscándolas. La desangelada farsa de las corcholatas es un hartazgo diario. Un huero enfrentamiento donde se transparenta la destreza política, desde la izquierda espartana hasta la derecha ateniense. El “plan A” de la oposición no debería ser derrotar a las corcholatas morenistas sino impulsar a una de ellas, sea para que gane la que les convenga, o para desprestigiar a la que no. Y parece que algunos empiezan a entenderlo.

Qué decir de nuestra nada confiable institución ministerial, los éforos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Tiranos, les llamaban los propios griegos. Tal parece que se han comprado la franquicia de la ultraderecha económica mundial, y la aplican con diligencia. Como en Sudamérica, dislocando las estructuras democráticas, atrincherando a los poderes fácticos, avanzando con poco sigilo hacia el golpismo autolegitimado.

¿Votar a los magistrados? ¡Cómo no! Si son ellos los guías autorizados en el laberinto de las leyes. ¿Hasta dónde dejarían avanzar esa iniciativa? Acabaríamos en un callejón segado, como han segado y siguen segando las rutas de la Justicia en México. Y por si esto no fuera suficiente, don Andrés apedreando los avisperos del Perú y Guatemala, cuando el frente real creo que no está en el sur, y las cabezas de playa de la invectiva internacional contra México ya están instaladas aquí, y tienen nombres propios. No debe ser difícil saber quiénes son los protagonistas verdaderos de esta tragicomedia, cosa de seguir la ruta del dinero que mueve tanto a la oposición como al oficialismo. Y hay que admitir que tan sólo la muy larga campaña para socavar al actual régimen mexicano ha sido cara, muy cara, tan cara que ningún partido opositor aislado ni en alianzas, sería capaz de pagarla. Pero no hay partidos en pugna cuando hasta los partidos ya sólo son significantes huérfanos de significados, lo que hay son intereses económicos, la única diferencia la harían los verdaderos beneficiarios de esos intereses. ¡Cuidado! Una campaña política no es filantrópica, es una inversión. ¿Y los medios? ¡Bien, gracias! Como los merolicos narrando las películas mudas de espaldas a la pantalla: profetas con libreto. 

Vivimos la tormenta, la antesala de la tempestad del 2024. Somos el público y el escenario de pésimos actores. Hasta ahora la presión sobre los electores ha sido lateral, inductiva. Hasta ahora las fuerzas políticas se han comportado como potros ferales. No se ha enmendado ni castigado la corrupción, ni la actual ni la pretérita. Se han expuesto las redes de la corrupción y los patronazgos institucionales de la impunidad. Es posible que como nunca el ciudadano elector viva unos comicios bajo intensa presión moral y aplastante coerción incluso física. Los demonios están sueltos, y si no se han limitado hasta ahora sólo escalarán su frenesí. Ante la formidable fantasía populista ambidiestra que ya empieza a desplegarse, Will derrotaría su pluma, mejor que escribir, Shakespeare usaría el cálamo para sacarse los hollejos de frijol de entre los dientes. Después de los comicios, para esta desafortunada ínsula de Calibán tal vez sólo apuntaría piadosamente un epílogo más o menos así:

“Nuestras fiestas han terminado. Como te predije, estos nuestros actores eran todos espíritus y se disuelven en aire, en aire sutil. Así como la inconsistente estructura de esta visión, las torres coronadas por nubes, los hermosos palacios, los templos ceremoniales, el propio gran mundo, sí, todos los que lo hereden, van a desvanecerse. Y así como este insustancial desfile se desvaneció, no queda nada detrás del escenario. Somos de la misma sustancia que hace los sueños, y nuestra pequeña vida concluye con un sueño.”

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Vía / Autor:

// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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