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Por Félix Cortés Camarillo

No soy de dedicarle mucho tiempo, sobre todo ahora que el tiempo se me va haciendo menos, a la lectura de gruesos volúmenes. Yo con una Madame Bovary, una Metamorfósis y un Pedro Páramo ya estoy panzón. Y feliz como todos los panzones de literatura. Aunque Tolstoi, Dostoyievski, Balzac, Pushkin, y el indispensable Cervantes a veces no me dejan dormir. No porque me preocupen, sino porque tengo que volver a abrir y disfrutar algún pasaje de sus novelas.

Y, sin embargo, al lado de la almohada hay dos libros a los que acudo con frecuencia grata, y no son ediciones de bolsillo. Uno es El Libro, que en realidad es una recopilación de textos anónimos escritos en diferentes tiempos, sitios y lenguas, pero que convocan la esencia, pensamiento, moral y política de lo que queremos ser. A la Biblia acudo con frecuencia a todos sus libros. Para el deleite poético a los Salmos y los Cantares, especialmente los de un telón erótico de fondo; al Levítico, al Génesis o a todos los evangelios. 

El otro libro son las dos mejores novelas de un pedófilo que se firmó como Lewis Carroll. Las Aventuras de Alicia y Alicia detrás del Espejo son dos de las mejores obras que se han escrito en los dos últimos siglos. Lewis Caroll enriqueció la narrativa inglesa pero al mismo inventó la literatura del futuro, con su conocimiento de las matemáticas y la poesía anómala.

Pro mi idea no era esa al contar mis debilidades literarias. Aunque sí. 

El otro día cayó a mis manos, seguramente alguien me lo regaló, un trabajo extraordinario del norteamericano Douglas Hofstadter publicado en 1979, y que se llama  Gödel, Escher, Bach: La Trenza Dorada.

Hofstadter, físico él, e hijo de un premio Nobel de Física, llegó a una idea genial: la repetición de los ciclos y relaciones humanas recurrentes. Les advierto que es un pinche libro grueso, pero no tiene madre.

Se las pongo facilita: las fugas de Bach y las interminables escalinatas de Escher tienen la misma estructura matemática de los teoremas de Gödel. 

Todo se repite. 

Todos volvemos al punto de partida. En une trenza mágica que no es más que el símbolo que le dimos al infinito y que se lo chingó alguien por ahí, para el convertirlo en el logotipo de Meta. 

Las fugas de Bach regresan siempre a la primera frase musical. Las escaleras de Escher solamente van; nunca regresan. Los teoremas de Gödel son su idealización. El regreso al punto cero, al inicio de todo. Yo entiendo, y me leí todo el libro, que la vida es una retrocesión infinita. 

Como en Bardo, la fallida y aburrida película de mi estimado Negro González Iñárritu se sugiere: la vida es tratar de regresar a la vulva de la cual venimos y de ahí nuestro sexo retromotor. Todos los días entramos al sitio por donde una vez salimos. 

Aunque seamos mujeres, la idea es la misma.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Señor presidente López, ya sé que no le entiende a esta trenza; yo le sugiero que alguien de su equipo lea el libro en dos días y le haga dos tarjetas informativas. Investigue las matemáticas de Gödel. Que le enseñen algunos grabados de Escher. O, que le pongan una fuga de Bach para dormir. Por la mañana ni que le pregunten de algo tan nimio. La segunda opción no sirve.

‎felixcortescama@gmail.com

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Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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