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Por Félix Cortés Camarillo

Una de las más famosas obras de Ray Bradbury es más conocida por su estrambótico título, al igual que sus Crónicas Marcianas (1950), que por su lectura. A Fahrenheit 451 (1953), toda proporción guardada, le pasa lo al Quijote (1605): todos lo citamos pero no todos lo hemos leído. Completo.

Ahora, Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde y se quema el papel en que se imprimen los libros. De eso trata esa novela.

            En el prólogo a su edición de hace veinte años, Bradbury contó que, padre reciente y sin lana, descubrió en los Ángeles, en los sótanos de la biblioteca de la Universidad un sitio donde rentaban máquinas de escribir a diez centavos por media hora. Ahí tecleó en una semana una novela fantástica en la que un bombero se dedica, en lugar de apagar fuegos, a quemar libros.

            Resulta que, en el país imaginario del protagonista Guy Montaz, el bombero, está prohibido leer porque el leer lleva a pensar y en ese país pensar está prohibido. Porque leer impide ser ingenuamente feliz y en el país de Montaz hay que ser feliz a huevo.

            La fascinación de Bradbury por la libertad de pensamiento, el fuego y los libros no era nueva. Había escrito antes Burning Bright y El Peatón, un cuento autobiográfico en donde la policía le detiene en la calle por caminar y tener que explicar por qué lo hace.Hace combinación en su personaje que, ávido lector, casi residente en bibliotecas, comienza a darse cuenta que su vida amistosa, amorosa, de seres cercanos o de entorno vital, se desploma.

Él, que se había refugiado en los libros, se da cuenta de que los libros le fallaron cuando más los necesitaba. Por eso se dedica a quemarlos.

Fin a la cápsula cultural, que tiene que ver con lo siguiente:

La revista mexicana Proceso, nuestro referente importante informativo y de opinión desde el golpe de Echeverría a Excélsior,ha hecho público que su versión impresa cada semana desde hace más de 45 años, dejará de hacerse a partir del lunes que viene para hacerlo una vez al mes. Tratará, dicen, de hacer contenidos por la vía de las plataformas electrónicas, que es lo de hoy.

Lo de hoy es que la prensa escrita ya no tiene nada qué hacer en este tiempo. Desde el New York Times hasta Le Monde cada día tienen menos lectores. Mi hija menor -21 años- no solamente no ha manchado nunca sus dedos con la tinta de un diario; no ve televisión de la llamada abierta. Sus fuentes de información son otras.

¿Es la muerte del papel? Eso quisiera el Señor del país que adivinó Bradbury. Esde luego que vamos a seguir vivos.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Yo, que soy cofrade del teatro y de la prensa, cada vez que desaparece un teatro o muere una publicación, siento que me quitaron una Extremadura. ¿Cuántas patas tengo todavía?

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: lostubos
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