Por Félix Cortés Camarillo
Hace muchos años, los de mi generación y tal vez una posterior, seguíamos con avidez el resultado de los concursos de la belleza femenina. Eso de las misses y las “señoritas” México, mundo o universo. En la versión local evaluábamos a la representante de nuestro clan, y en la gesta mundial le aplaudíamos a la mexicana.
Toda esa manifestación del mercado de la carne ha ido desapareciendo gradualmente. Las pugnas internas por las franquicias locales o internacionales les privaron de la apariencia de ser una competencia limpia.
Lo mismo se podría decir de los Premios Nobel, de toda mi reverencia. Unos rucos escandinavos se reúnen para repartir una lana creciente que les dejó el dinamitero Alfred Nobel para mitigar sus arrepentimientos y premiar a los individuos miembros de la élite de las disciplinas que la academia sueca considera importantes, entre ellas la literatura y la paz.
Tan disímbolos, estos dos eventos comparten un modus operandi, que en un caso responde a la mercadotecnia y en el otro a la política. Este año la ganadora de Miss Universe debe ser de África, o de Europa, el Oriente lejano o Sudamérica. Todo depende de lo que digan los índices de audiencia en televisión. En los Premios Nobel sucede lo mismo: la nórdica tradición de neutralidad implica que la repartición de sus premios corresponda a una estrategia global, para no restarle universalidad a la presea.
La Academia está integrada por unas seis mil personas (by invitation only) que provienen de dos categorías. Los que han sido nominados a ganar el premio y los que son patrocinados por dos cineastas de la misma rama que el aspirante. Ellos tienen que mirar las cintas nominadas y emitir su voto en cada categoría. En teoría. En la realidad es evidente que los premios de la Academia tienen como única función incrementar la popularidad de las cintas, primero en el proceso de nominación y luego posterior a su premiación. Es la taquilla y los ingresos laterales de lo que se trata. En los premios Oscar –sin apartarlo del interés de la taquilla– opera el criterio de aparente igualdad: ahora toca a un actor negro, mañana a una película coreana, pasado a una actriz francesa.
Pese a todo lo aquí escrito, me da gusto intuir que la película gran ganadora de estos Oscar 2024 será sin duda Oppenheimer, en varias de las categorías que está nominada.
Primero porque se ocupa de un dilema crítico doble: el del creador de la bomba atómica y el del Estado norteamericano que quiere destruirlo. Y esto no tiene nada que ver con bellísima Barbie que hace Margot Robbie.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Según lo que me dice INEGI, que es una de las instituciones más confiables de este país, pasado mañana nos dirán que la inflación ya superó el cinco por ciento. Los que vamos al super ya nos habíamos enterado.
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