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El problema de los tres cuerpos

Por José Francisco Villarreal

Alguna vez, en los años 50, el físico ítalo estadounidense Enrico Fermi, charlaba con sus colegas alrededor de la recién desatada moda de los “platillos voladores” extraterrestres, provocada por un irresponsable diario de Oregon. Fue cuando Enrico, divorciado ya del salami y en franco amasiato con el impostor pepperoni gringo, enunció una paradoja singular: “La creencia común de que el Universo posee numerosas civilizaciones avanzadas tecnológicamente, combinada con nuestras observaciones que sugieren todo lo contrario, es paradójica, sugiriendo así que nuestro conocimiento o nuestras observaciones son defectuosas o incompletas”. Interesante proposición de alguien que distraía su nostalgia por la Ciudad Eterna destripando átomos y desarrollando armas apocalípticas. Como era una eminencia, su “paradoja” se hizo famosa y generó mucho ruido. Esto llegó a oídos del astrofísico Frank Drake quien subió la polémica de nivel creando una ecuación imposible para determinar la cantidad de civilizaciones extraterrestres en el universo. Drake fue pionero en los hoy comunes e infructuosos intentos de comunicarse con civilizaciones extraterrestres.

Más de medio siglo después se planteó una posible respuesta para Fermi. No la enunció un científico, sino el escritor chino Liú Cixin, cuyo contacto con la ciencia inicia con su profesión como ingeniero especializado en energía eléctrica. Cixin planteó su “Hipótesis del Bosque Oscuro”, que en breve propone: Axioma uno: aunque haya muy pocos planetas donde pueda desarrollarse vida inteligente, dado el inconmensurable tamaño del universo, debe haber muchísimas civilizaciones. Axioma dos: el objetivo principal de toda civilización es similar al de la humana: supervivencia. Axioma tres: la vocación de una civilización es la expansión, pero la materia del universo no es variable. El éxito de la expansión depende del desplazamiento de otras civilizaciones. Por lo tanto, el contacto de una civilización en expansión con otra siempre será una amenaza para ambas, de tal manera que elegirán ocultarse, lo que explicaría que no se comuniquen con la Tierra. Me perdonará maese Liú la descripción tan despeinada, pero tampoco soy científico, ni escritor. Todo bien, excepto que su trilogía “The Three Body Problem” se basa en una contradicción: la civilización terrestre que intenta desesperadamente comunicarse con otras extraterrestres, lo que acarrea resultados catastróficos. Esto es: no somos tan civilizados ni tan inteligentes como creemos… Según sus libros, claro.

Hace unos meses vi la serie china para TV “The Three Body Problem”, basada en la obra del “inge” Liú. Una propuesta difícil que disfruté mucho, aunque necesité blindarme con paciencia china para los 30 episodios que son una adaptación del primer libro de la trilogía. Para ser sólo Ciencia Ficción es bastante coherente. Desde el sistema de Trisolaris, un planeta sujeto a los caprichos de tres soles, una civilización hace contacto con la civilización terrestre. La serie es densa y polisémica, me obligó a hacer largas pausas para reflexionar acerca de Matemáticas, Astronomía, Física, Filosofía, Historia, Geopolítica, Ecología, religión, amor, vida, muerte… y hasta gastronomía, por una sopa que comió uno de los protagonistas y que se veía muy sabrosa. Nada en lo que no hubiera pensado antes, pero que adquiere matices extraños bajo condiciones excepcionales. Me da la impresión que la fantasía es como placa de Petri de la existencia, y especialmente esta serie asiática. Me encantó particularmente que no me dieran mucha oportunidad de empatizar demasiado con los personajes. No recurren a este truco muy frecuente en las telenovelas, series, miniseries y películas occidentales. En algún momento, más allá de una decena de episodios, el problema de los tres cuerpos añadía uno más, yo, como otra especie de “trisolariano” vigilante y silencioso.

No sé cómo piensen los chinos después de la “Revolución Cultural”, pero en la serie creo que entienden un concepto vital de la política: la ausencia de moral.

En esta versión televisiva de la novela, impulsos, motivos, decisiones, no corresponden a la elección entre el bien y el mal. Más bien vi la necesidad como un motor, ya sea colectivo o individual. Al final, todo se concreta en la certeza de un destino trágico, y en la lucha, individual y colectiva, por evitarlo. Sí hay pasiones, afectos, amores, sacrificios, etcétera, pero sólo están ahí porque diseñan a cada personaje, porque es necesario. Algo me recuerda a las moiras griegas, o al desdichado Edipo. Eso sí, con un plazo fijo de cuatro siglos. No soy muy bueno para evaluar los “efectos especiales”. Si hablamos de ficción, entre menos sofisticados, más nos obligan a “aterrizarlos” en la realidad por medio de la imaginación. Por mí, marionetas o sombras chinescas hubiera sido suficiente… Aunque comprendo la conveniencia de un instrumento de realidad virtual extrema, el sueño dorado de muchos “gamers”. Este recurso de un videojuego, muy pintoresco en la serie, también tiene su “ciencia”, y se accede a través de la Red no con la “magia tecnológica” de un casco muy chulo. El videojuego trisolariano busca la solución a una tensión orbital, pero distrae a los científicos que lo juegan de la verdadera amenaza. Un ajedrez cósmico que los terrícolas no sabemos jugar.

No he visto aún toda la serie de Netflix. Mi primera impresión ha sido el desconcierto. Aunque mantiene la historia nuclear, inventa personajes y situaciones que no están en la serie china y que, supongo, porque no he leído los libros de Cixin, son libertades que se tomaron en esa adaptación. Sólo con llevar la historia a occidente ya pierden sentido muchos detalles y hechos que enriquecen a la serie china. Los personajes originales y nuevos, en la versión estadounidense, son sus propios sistemas solares que tiran la trama a terrenos melodramáticos. Wang Miao, científico investigador especialista en nanomateriales, casado, padre de una hija, fue convertido en “Auggi” Salazar (Eiza González), científica, soltera, muy guapa y adicta al tabaco. No sé si el cambio fue porque los guionistas le enmendaron la plana al autor, o por cuotas de género, étnicas, o qué, pero estas cosas siempre me dejan perplejo. Poca ciencia, o ciencia descafeinada. El espectador con la investidura de juez sobre el bien y el mal. Solución fácil de determinarlo todo como “cosa juzgada”, y pasar a otro tema sin analizar a profundidad lo que acabamos de ver. Una telenovela pues, aunque muy sofisticada. Demasiada cáscara y muy poca fruta.

Espero que cambie de opinión cuando termine la serie de Netfix (si la termino de ver). Pero, por lo pronto, no me ha pasado como me pasó con la serie china, que esperaba con ansia cada semana y en la que realicé verdaderos milagros para conseguir subtítulos para cada episodio y, varias veces, hasta para traducirlos. Milagroso si se considera que no hablo ni entiendo el idioma chino. Lo que, por otro lado, tal vez haya tergiversado mi comprensión de la serie… Y todo por la pereza de no leer la trilogía.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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