Por Eloy Garza González
Luis Lauro Garza me llama por celular a deshoras. Me pide un artículo para un monográfico de su revista, homenajeando a Gabriel Zaid, cosa que está muy bien. Me explica que tiene textos alusivos a las diversas disciplinas que domina Zaid, cosa que está mucho mejor. Me dice que publicará una fotografía del homenajeado, cosa que está muy mal. “Te va a demandar Zaid” le aclaro, augurándole una catarata de desventuras legales. Zaid no se anda por las ramas: le repugna salir en fotografías, y su aversión se vuelve absurda en la era de los selfies, el Instagram y el Snapchat. ¿Teme que las cámaras le roben el alma? No creo. Incluso le vale madres que actualmente las fotos (con sus cuartos obscuros y sus revelados) cedan el paso a las imágenes (con su banal fotoshop): no le gustan ni las unas ni las otras. Una vez el fotógrafo Pedro Valtierra le hizo una toma para la revista Mira, como no queriendo, mientras platicaba con su amigo/enemigo Carlos Fuentes. Se armó la de San Quintín: enfadado hasta el paroxismo, Zaid se quejó ante Derechos de Autor, exigió una disculpa pública y pidió la módica suma de un millón de pesos para resarcir el daño. O sea, con Zaid, lo único que vale es el retrato hablado (y a lo mejor ni eso).
“¿Tienes un millón de pesos por si las moscas?” le pregunto a Luis Lauro y me contesta que no, pero previniéndose, hará una coperacha con sus amigos. “Entre todos nosotros no juntarás ni para comprar una botella de mezcal oaxaqueño”. Aunque dicho sea de paso, mezcales de Oaxaca hay de muchos rangos y precios, al modo de la más encalmada garganta aventurera. En fin, no detallaré la pugna ociosa entre Luis Lauro y yo de publicar o no la susodicha fotografía millonaria, pero el duelo verbal telefónico me llevó a la siguiente disquisición filosófica. Quizá, lo que detesta Zaid, lo que lo pone siempre a la defensiva, no es tanto salir en fotografías ni aparecer en conferencias o mesas redondas, ni dar entrevistas, sino en exponer a los ojos ajenos la pornografía del ego, ese martillar masivo de la vanidad personal que se confunde con el legítimo amor propio. Porque tal invasión de la privacidad y de los espacios íntimos del yo, acarrea inevitablemente (según él) un menosprecio del mundo de las ideas, que es el único territorio donde a Zaid le gusta estar. De ahí sus reservas a utilizar su biografía como punto de partida de su obra escrita, de ahí su recomendación para montar en bicicleta mirando al frente no al ombligo, de ahí el libro que escribió en contra de la fama, de ahí un revelador poema suyo: “yo no creo en la poesía autobiográfica / ni me conviene hacerte propaganda”.
Desde muy joven, Zaid se planteó un ideal platónico: llevar la poesía a la vida cotidiana. Es decir, no la poesía como el oficio de hacer versos, que ya es bastante, sino como inspiración de todas las actividades humanas: los negocios, el trabajo, el poder político, las computadoras, el amor. Zaid recuerda que etimológicamente hacer cosas y crear poesía tienen el mismo origen: poieîn. Sin embargo, tal parece que Internet, las redes sociales, han cambiado el orden natural de las cosas. La vida cotidiana no está embargada de poesía, sino de fama breve, de imágenes efímeras, de visitas al perfil, de likes, post y tuits. Quiso Zaid que todo lo que tocara la poesía, cual Rey Midas, se convirtiera en oro, y ahora todo lo que toca la red social se convierte en mierda. Los apegos humanos ya no apuntan a la permanencia de las artes, sino a lo transitorio de tu story en Facebook. Mundo líquido que se nos deshace entre las manos.
“¿Entonces no conviene poner la foto de Zaid en la revista?” me insiste Luis Lauro. La deliberación se extiende más allá de lo razonable: pasamos del celular al WhatsApp y del WhatsApp al celular. Al fin, colgamos. Lo dicho: puede más Luis Lauro planeado, que Santo Tomás probando. Días después vuelve a llamarme. ¡Albricias! ¡Chingón! Mi amigo parece haber dado con una decisión salomónica: “Ta bien, no habrá foto, ¿para qué nos la jugamos? En vez de eso le pedí a Chava González que dibujara uno de sus cartones con la cara de Zaid. A ver qué opinas”. Sin mucho convencimiento, envuelto en una nube de dudas y vacilaciones, creo que esta solución, sacada de la manga, es la correcta. Sólo espero que cuando se entere, Zaid piense lo mismo, por el bien de nuestros bolsillos.