Por Eloy Garza González
Mi papá Eloy Garza Mascorro guardaba en su biblioteca (que no era pequeña), la novela “El río de la misericordia” (1967) del escritor y periodista tamaulipeco Mauricio González de la Garza. Malamente ya casi nadie se acuerda de él, pero don Mauricio fue dueño de una prosa lisa y pulida, que en forma de insidiosos artículos o amenas narraciones, publicaba en muchos periódicos nacionales, y que lo distinguió por encima de la maledicencia y chismerío gratuito al que también era muy afecto.
Los viejos que se jacten de recordar a este escritor antes célebre, me citarán al instante su best seller: “Ultima Llamada” (1980) donde balconeaba Mauricio al entonces presidente José López Portillo y a la familia presidencial. Su éxito metió irónicamente en aprietos al autor, quién tuvo que poner pies en polvorosa rumbo a Falfurrias, Texas, a fin de salvar su vida, porque según él lo amenazó de muerte el propio Secretario de Gobernación, Enrique Olivares Santana.
La verdad es que don Mauricio viajaba cada semana de Falfurrias a Nuevo Laredo (la distancia es de apenas 100 kilómetros, según recuerdo, por la carretera 281), donde realmente vivía. Pero este exilio dorado la sirvió muy bien a don Mauricio para hacerse propaganda como “disidente político” y vender más libros.
Papá viajaba todos los lunes muy temprano de Reynosa a Nuevo Laredo, en su camioneta Ford, a supervisar con su cuadrilla los gasoductos de Pemex (ostentaba el alto puesto de Director de Construcción y Mantenimiento) y regresaba los viernes a Reynosa. Así lo hizo durante muchos años. Cuando yo estaba de vacaciones escolares, me iba con él en su Ford a agarrar carretera y eran días aburridísimos para mi (supervisar gasoductos bajo un sol inclemente de 40 grados, cinco días seguidos, no era nada divertido para un menor de edad). Pero el simple hecho de acompañar una semana entera a mi padre, a quien tanto quise, compensaba todos mis sinsabores.
Por supuesto, mi papá iba cantando boleros mientras manejaba y yo me entretenía con un libro que por un tiempo estuvo oculto en la guantera de la camioneta: precisamente era “El río de la misericordia”, de Mauricio González de la Garza. “Es la mejor novela que he leído en toda mi vida”, le aseguraba a mi papá, como si yo hubiera leído muchas a mis 12 años. En el fondo, no le entendí casi nada al dichoso libro.
Esta novela era fácilmente identificable para mí porque se ubicaba en el Río Bravo, de Nuevo Laredo, y la frontera entre los dos países que dividía la corriente de agua reflejaba un simbolismo dramático de pureza espiritual y al mismo tiempo de amenaza latente: el Río Bravo que parece tan manso es muy traicionero por sus remolinos internos. Además, Mauricio cuenta pasajes álgidos de la historia local de los nuevolaredenses.
Saco de mi biblioteca esta novela que me heredó mi papá para transcribir el siguiente párrafo: “Había un pueblo en la margen norte del Río Grande que se llamaba Laredo. Un día los pacíficos habitantes de Laredo, al despertar, supieron que ya no estaban en su patria, que eran desde ese momento propiedad del gran país del norte Hubo incredulidad y llantos. Trece familias, sin embargo, no siguieron el curso de las lágrimas, buscaron un vado y cruzaron el río hacia la patria”.
He vuelto a leer, por nostalgia “El río de la misericordia” de Mauricio González de la Garza y me retrotraigo a la camioneta donde viajaba con mi padre de ida y vuelta Reynosa – Nuevo Laredo. Convengo que es una novela muy bien escrita con logrados pasajes líricos, aunque con un leve dejo de murmuración de chismes locales bajo seudónimos. Alguna vez le conté esto a Jorge Villegas, mi amigo periodista ya fallecido y como Jorge tenía una memoria privilegiada, me aclaró que Mauricio González de la Garza publicó dos versiones de la novela: la primera, con los personajes bajo seudónimo, y la segunda (años después), con las anotaciones de los nombre reales de la gente de Nuevo Laredo a la que aludía.
De más está aclarar que la segunda versión gozó de un mayor éxito de ventas en la frontera (no tanto por una improbable afición a la lectura de los lugareños, sino porque los compradores adquirían ejemplares por decenas para destruirlos por sí el texto ventilaba algún pecadillo añejo que comprometiera su reputación).
Cuento todo esto, porque acabo de regalarle a mi tío el historiador y cronista Pedro Nabor González, hermano de mi mamá, otra novela de Mauricio Gonzalez de la Garza: “Abel o purgatorio de amor”, que no está ambientada en Nuevo Laredo, sino en Villaldama, Nuevo León, de donde es oriunda mi familia materna y casualmente la familia paterna de don Mauricio.
¿Cuál de las dos obras del tamaulipeco es mejor? A mi gusto, “El río de la misericordia”, pero en la novela de Villaldama hay capítulos fulgurantes, así que invito a los villaldamenses a adquirir los poquitos ejemplares que quedan. O que se las cuente mi tío Pedro Nabor.