Por Félix Cortés Camarillo
Días más, días menos, hace un mes vimos a un grupo de atletas mexicanos actuar en representación de nuestro país en unos juegos olímpicos malhadados, retrasados un año por la pandemia y rechazados por una mayoría de la población del país anfitrión por el elevado costo de hacerlos. Eran los juegos olímpicos de verano de 2020, en Tokio.
A diferencia del otro evento deportivo de gran resonancia mundial, la Copa del Mundo del futbol, los juegos olímpicos, especialmente los de verano por el número de disciplinas y participantes, no le dejan ganancia al país anfitrión, sino todo lo contrario. La Copa del Mundo es un largo y segmentado megaprograma de televisión deportiva con una audiencia millonaria garantizada, a cambio de una inversión menor. Usualmente los estadios ya existen, y recibir y atender a 16, 24 -o que sean 48 o 56- selecciones nacionales que pagan sus hoteles no es mayor carga.
A las sedes olímpicas, y México lo sabe, les queda el prestigio de anfitriones de excepción y algunas instalaciones deportivas nuevas que supuestamente se seguirán usando luego. ¿Qué uso se le da al velódromo de México 68?
Pero estábamos en Tokio. En el mismo tono fanfarrón y mentiroso de la cuarta simulación, doña Ana Gabriela Guevara, capitán de la CONADE se adelantó a pronosticar que México traería de los veraniegos de Tokio diez medallas.
La numerosa participación mexicana regresó con cuatro medallas de bronce y dos mitades. De gran mérito, las seis preseas, de los atletas que las lograron. De ninguna manera de la entidad estatal que debió estar -y no estuvo- todo el tiempo apoyando a sus deportistas.
Hoy lunes deben acabar de regresar a México las 29 mujeres y 31 hombres que nos fueron a representar en los juegos paralímpicos 2021 en el mismo Tokio.
Se les llama en México, este país hipócrita, personas de capacidades diferentes. De alguna manera es cierto: en su buchaca traen 22 medallas de los juegos paralímpicos. Siete de oro, 2 de plata y 13 de bronce. Bastante más que los capacitados.
Pero nuestra hipocresía no nos deja llamarles discapacitados. Desde luego, sí nos deja estacionar el auto en los pedacitos marcados de azul y con el símbolo de la silla de ruedas, y que no haya sanción alguna. Desde luego, no hay rampas en las banquetas de nuestras ciudades para las sillas de ruedas. Vamos, no nos hagamos pendejos: en la mayor parte de nuestras ciudades no hay simplemente banquetas. Y, desde luego, no hay en ningún sitio un trato especial a los que tienen esas indefinidas «capacidades espaciales».
Entre las pocas verdades que el presidente López dicen es su mañanera, México es un país racista, clasista y discriminador. Entre los más discriminados de nuestro país están los indios, que venden muñequitas de trapo o muñecas de carne en Oaxaca -según usos y costumbres- al mejor postor arriba de doscientos pesos.
Los que llamamos personas de capacidades especiales nos dan lecciones todos los días. Por ejemplo, en Tokio.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapaboca): con todo respeto, señor presidente: ¿cuánto tiempo quiere usted que le dure la beca de prisión domiciliaria al chivato Lozoya Austin, preso en su mansión?
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