Por Félix Cortés Camarillo
He de confesar, de inicio, que pertenezco a una especie en proceso de extinción, la clase media mexicana. Egoísta, aspirante eterna de mejoría, inconforme, poco afecta al aplauso fácil y crítica del sistema a la hora del café. Esa circunstancia y mi particular carácter de poca estridencia social hace que mis conversaciones sean pocas y con un grupo menor de personas de calaña semejante a la mía.
No sorprende entonces que en casi todas mis sobremesas predomine el desacuerdo con el curso que a nuestro país le ha dado en tres años la voluntad autócrata. Nos molestan las decisiones tomadas de improviso y sin más sustento que la corazonada. Nos molestan las prédicas que se quedan en el verbo y no llevan a la acción, especialmente en el caso de la corrupción y la impunidad. Nos duelen las mentiras que en torno a la violencia criminal incrementada por la política de abrazos no balazos desemboque en la liberación del hijo del Chapo y el probable trato preferencial hacia su rama del negocio. Nos preocupa la intolerancia a todo lo que no se traduzca a obediencia ciega.
Para muchos de mis comensales la creciente militarización de las instituciones nacionales conduce a la sospecha de que alguien de uniforme verde tenga la tentación de hacerse de la titularidad del Poder Ejecutivo.
Todo ello termina con la inevitable conclusión: ¿entonces quién?
Si en el anecdotario político mexicano la frase de la caballada flaca, nunca la yeguada estuvo más desnutrida. Y eso que supuestamente está encabezada por una fémina.
El problema es que una oposición sólida, con sustento ideológico, moral y organizativo no existe en México. Se reduce a la charla del café y es incapaz de adoptar una postura, una posición.
Hemos dejado pasar la frustración de los mexicanos ante la crisis de salud pública que ha diezmado a nuestro país. Nos hemos dejado engañar ora con el avión y su rifa, ora con la afiliación a las peores dictaduras del continente. Hemos sido conducidos al rechazo violento de los pobres migrantes de Centroamérica.
Todo porque no hay en todo México una sola persona, una sola, que tenga la capacidad de convocatoria para sacudir el vetusto árbol del armatoste político mexicano, su sistema de partidos y la corrupción rampante de las pensiones con gorgojo para comprar los votos. ¿De qué se sorprende Alejandro Moreno ante la popularidad de Luis Donaldo Colosio Riojas como posible presidente de México? Cierto, el joven hijo de la víctima de Lomas Taurinas solamente puede presumir, como capital político, su apellido. Alito Moreno no tiene ni eso.
Y los otros aspirantes andan igual de encuerados.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Un patito más que cae en el puesto del tiro al blanco presidencial: le hacía falta al presidente López un INEGI (esto hasta ayer quería decir Instituto Nacional de Estadística, Geometría e Informática) a su gusto y servicio disciplinado. Graciela Márquez se llama la que encabezará el ahora –sin importar las siglas–, será el instituto proveedor de los datos nacionales que acomoden al presidente. Hasta ahora, el INEGI nos informaba del número de muertos por Covid, los desempleados, los pobres y otros números, siempre diferentes de las mentiras que se cuentan en Palacio Nacional. Ya descansa el presidente López tranquilo: ahora sus datos serán los buenos.
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