Por Félix Cortés Camarillo
No tengo la menor idea de los méritos de Pedro Salmerón para haber sido nombrado embajador de nuestro país en Panamá. No voy a hacer argüende del hecho de que el supuesto historiador haya perdido su última chamba por haber llamado “valientes” a los miembros de la Liga Comunista 23 de Septiembre que asesinaron hace casi medio siglo a don Eugenio Garza Sada en Monterrey.
Tampoco le doy mucho peso a las afirmaciones de algunas jovencitas que hoy súbitamente recuerdan que cuando eran alumnas de Salmerón en el ITAM las acosó sexualmente. Una de ellas afirma que, en una reunión social, el profesor le preguntó si tenía una vida sexual activa. Si ese hecho fuera motivo de castigo judicial muchos estaríamos probablemente en el bote. No hay una sola denuncia penal en contra del señor embajador que será seguramente ratificado en el cargo por el Senado, como debe ser. Y porque eso del acoso sexual ya se volvió choteo.
Tomemos el caso del peculiar personaje mexicano que se hace llamar Doctor Simi y pasa en la tele anuncios promocionales de la serie sobre su vida, presumiendo sus viajes y específicamente las “chicas Simi que estuvieron conmigo, todas ellas muy guapas”. Si el personaje fuera estadunidense, ese simple anuncio le hubiera causado denuncias y procesos con por lo menos daños a alguna de sus cuentas bancarias.
El asunto es que Salmerón será embajador de México en Panamá porque al presidente López le da la gana, de la misma manera que Quirino Ordaz Coppel será embajador en España en cuanto el gobierno español le dé el beneplácito luego de estar fastidiando a López con la dilación; serán embajadores porque el presidente quiere y porque tiene derecho a ello. Como en todos los países, el jefe del Estado tiene el privilegio de nombrar a embajadores y cónsules que lo represente en el exterior.
A partir de ello, los embajadores se nombran, cuando no son diplomáticos de carrera en escalafón, como premio o castigo del presidente para ciertas personas.
Se nos olvida que el primer embajador de México en España, 1977 cuando se restablecieron las relaciones diplomáticas entre los dos países, fue Gustavo Díaz Ordaz, breve pero significativamente. Se nos olvida que López Portillo mandó a Luis Echeverría su amigo y predecesor de embajador a Australia, porque no encontró sitio más alejado.
Embajador mexicano en la Noruega de los sesenta fue el dramaturgo Rodolfo Usigli, quien me distinguió con su afecto; embajadores premiados fueron Octavio Paz y Carlos Fuentes. En otros puestos, como los consulares, se han alojado favoritos de los presidentes, como una vez Fidel Beltrán en Barcelona y muy recientemente el señor Roemer –hoy prófugo de la justicia en Israel– cónsul en San Francisco.
PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente, a Doña Delfina, la secretaria de Educación Pública no se le acusa de haberse clavado la lana de los sueldos de sus empleados como alcaldesa en Texcoco. Si ella sigue viviendo, como usted afirma, en su modesta casa texcocana, eso sólo quiere decir que el dinero que esquilmó no fue para ella sino para las campañas de Usted.
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