Por Félix Cortés Camarillo
Dada mi formación universitaria dedicada plenamente a las artes escénicas, es mi obligación reconocer la capacidad de la cuarta simulación –precisamente en el nombre llevan la vocación– para los montajes teatrales de impacto entre las masas.
Se recuerda con sardónica sonrisa las escenificaciones sobre la plancha del Zócalo capitalino de los grandes episodios nacionales, ya sea la fundación supuesta de Tenochtitlan o el aniversario de la Revolución Mexicana, en que los soldados mexicanos dan muestra patente de que lo mismo sirven para construir aeropuertos o trenes, combatir inundaciones o dejarse humillar por delincuentes armados, que para interpretar los bailables de la coreografía de Amalia Hernández.
El más importante de estas escenificaciones, en el tiempo actual, es todo el sainete, Astrakán o género ligero, en torno a la payasada que se hace llamar revocación de mandato, y que en realidad pretende ser una ratificación del presidente López en su puesto con un mensaje oculto que está mirando a una verdadera ratificación en el 2024.
Pero supongamos que esta ópera bufa haya sido escrita, ensayada, montada, vestida y maquillada apropiadamente. Hay un detalle de esta mise-en-scène que muchos olvidan: de los más de treinta millones de adultos con credencial de elector que en 2018 acudieron a depositar su voto para elegir al presidente López, solamente la décima parte, y eso si acaso se ratifica la legitimidad de las firmas entregadas, apoya que el referéndum de que se habla se realice. ¿Qué se fizieron los otros partidarios entusiastas?
Sin embargo, el plato principal de esta temporada teatral es la pulverización de uno de los más importantes logros del lento y difícil camino que los mexicanos hemos transitado durante los últimos cuarenta años: el Instituto Federal Electoral, que a algún contratista favorecido proveedor de letras de frontispicio y papelería de oficina logró cambiar al INE por sus pistolas. Pulverizar al INE, destituir a todos sus dirigentes y nombrar en su lugar a fieles siervos de la nación del tabasqueño. O, para el caso, regresar la organización y autoridad de las elecciones en México a la secretaría de Gobernación: como era en los pasados más odiados.
Todas estas manifestaciones teatrales están vinculadas entre sí al gran proyecto de llevar a los anales de la historia a Andrés Manuel López Obrador como el gran organizador del caos, el Dios de la transformación definitiva e irreversible de la política en nuestro país.
De esa manera, y en concordancia con el plebiscito de la revocación, tiene lugar ahora el parlamento abierto para que se escuchen “todas las voces” en torno a la contrarreforma energética, aunque las voces que ahí se escuchan son el eco de los pronunciamientos del presidente López y del director de la CFE, Manuel Bartlett.
En lo oscurito, mientras tanto, la secretaria de energía de los Estados Unidos se apersonó ayer en Palacio Nacional para expresar la posición de su gobierno. Una posición que nunca ha sido encubierta y que está claramente a favor de la economía del mercado, la libre competencia y la inversión extranjera en el campo de los energéticos. Ya veremos. Un día con otro, pero ya veremos.
PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente, y a lo macho: ¿qué le dijo ayer la señora Jennifer Granholm? Y usted ¿qué le contestó?
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