Por Carlos Chavarría
Como muchos pienso que el peor enemigo de López Obrador es él mismo y su manera de razonar las cosas.
No inspira precisamente confianza el que un presidente se ponga a explicar por sí mismo que su salud no debe ser motivo de preocupación, habida cuenta de que él tiene un testamento político para asegurar que “su transformación en marcha” no se trastoque en el caso de un resultado fatal con sus añejos problemas.
En días recientes el presidente ingresó al Hospital del Ejército para practicarle algún procedimiento que se mantuvo sin divulgar a detalle. Como es natural, las especulaciones se desataron de inmediato y como siempre todo fue tarde y mal manejado desde la Oficina de la Presidencia.
Sus declaraciones posteriores suenan a despedida por más que se quieran matizar y escogió el peor momento histórico para hacerlas, a menos que en el fondo está buscando una razón justificante para profundizar sus propósitos y maneras de realizarlos.
No ayuda en nada la foto en el momento que lo acaricia su esposa sin ella mostrar el rostro, pues es implicativa de dolor, lo que sí es seguro es que ya en este momento todo estará detenido en el país ante la expectativa de algo malo o de nueva información que tranquilice la efervescencia que con toda seguridad habrá de ocurrir al respecto.
No han sido buenas las últimas semanas para los fines que persigue el Ejecutivo federal pues empiezan a cerrase los espacios de maniobra ante la realidad apabullante de sus buenas intenciones confrontadas con las posibilidades reales del momento.
Los problemas en los proyectos emblemáticos de la administración, la depresión económica que no parece ceder, la inflación rampante, la pandemia acelerada por la variante ómicron, la profundización de la violencia y la inseguridad, las fricciones locales e internacionales con las reformas eléctrica y fiscal, los conflictos dentro de su propio grupo, etcétera.
El desgaste cotidiano de la figura presidencial ante tantos frentes abiertos sin nadie que pueda administrar los conflictos derivados, excepto la reiteración de un discurso que ya demostró que no tiene fondo, está ocasionando presiones innecesarias para el propio presidente, quien ya lo reciente y se nota en su comportamiento.
Bien haría al país que nuestro presidente tuviese un verdadero vocero que no solo transmita la información sino que inspire confianza, que conduzca y le dé salida a las tensiones evitando una crisis mayor.
No debe olvidar nuestro presidente que no solo se trata de que uno hable bien de uno mismo, sino que se venza la resistencia de los que desconfían. No se trata de ganar enemigos, eso es fácil, se trata de salir de los conflictos con más amigos.
Por lo pronto las cosas no parecen estar bien.