Por Félix Cortés Camarillo
Primero lo que parecen ser, a todas luces, buenas noticias. A partir de hoy, primero de febrero, Dinamarca es el primer país del mundo que levanta las restricciones obligatorias para prevenir el contagio del virus SARS-CoV-2. Ya no más cubrebocas en los lugares públicos de Copenhague, y se acaban en el país los límites a los aforos y horarios. Mette Frederiksen, la primera ministra, dijo al anunciarlo que “las vacunas han resultado ser lo que pensamos, una super arma que ha dado una fuerte protección”.
En España esperan públicamente que la pandemia terminará para la Semana Santa: en palabras del virólogo Adolfo García Sastre, la pandemia terminará para la entrada de la primavera. Hans Kluge, director regional de la Organización Mundial de la Salud para Europa, afirmó la semana pasada que “es posible” que la región se esté acercando al fin de la pandemia. Su superior jerárquico, Tedros Ghebreyesus, director general de la OMS, dice que es peligroso pensar que ómicron será la última variante del Covid 19.
El optimismo en Europa obedece a la probada eficicacia de las vacunas y al hecho de que la mitad de sus habitantes ya han sido contagiados, adquiriendo así lo que se ha dado en llamar inmunidad natural o de rebaño: el que ya tuvo el mal, difícilmente se volverá a contagiar. Los especialistas afirman que si se llega al 70 por ciento de seres que ya estuvieron enfermos, ya hay inmunidad de rebaño.
La convicción en Europa, incluso entre epidemiólogos respetados, es que saldremos de la pandemia mucho antes de que nos enteremos de ello. Si en el béisbol esto no se acaba hasta que se acaba, la enfermedad dejará de matar, enfermar y contagiar víctimas, antes de que eso se refleje en las estadísticas, que siempre llegan después.
Ahora, un poco de realidad. El doctor Anthony Fauci, asesor del presidente Biden sobre la pandemia -algo así como la copia gringa de López Gatell- le dijo a La Voz de América que “no podemos estar plenamente seguros de que estamos fuera de peligro”. Fauci se refiere desde luego a que todavía quedan en los Estados Unidos millones de humanos sin vacunar, y que al no haber sido contagiados no han adquirido la inmunidad natural.
El asunto se complica más si tomamos en cuenta la injusticia en el reparto de las vacunas. Ante la enfermedad y su contagio todos los países, todos los seres humanos, somos iguales: pero hay unos menos iguales que otros. En Haití solamente el uno por ciento de la población ha sido vacunado; algo similar ocurre en el África negra. En Israel, con casi la totalidad de su población vacunada, ya evitan la aplicación de refuerzos o cuartas dosis. Son innecesarios.
Los países pobres no tienen dinero para adquirir las vacunas, ni la infraestructura para aplicarlas y dar seguimiento a los contagios, cama a los enfermos, respirador a los graves, tratamiento para salvarlos, o eventualmente sepultura a los muertos. Ante una pandemia, por definición, las fronteras geográficas o políticas no existen.
A pesar de ello nuestro país se cuece en caldero aparte.
La errática política de sanidad aplicada por el gobierno de la cuarta simulación en nuestro país ha producido casi medio millón de muertos que la estadística oficial no recoge. Los millones de vacunas que existen en el discurso oficial pero nadie sabe dónde están, se les sigue pichicateando a los menores de quince años: es cierto que su morbilidad es menor a la de sus abuelos, pero los niños suelen ser transmisores del virus, especialmente si se insiste en que asistan a clases presenciales.
Por ello no debemos abandonar la cautela que hasta ahora nos ha evitado llegar del cuarto lugar mundial de muertos por la pandemia, al primero. Hay que vacunarse a todo coste, hay que conservar la distancia y el trato prolongado y no hay que quitarse la mascarilla si no es para comer.
Cuando hay.
PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): yo no soy nadie para darle consejos señor presidente, pero: sobre el caso de la calidad de vida de su hijo mayor en Texas, le sugiero que no hable del tema como lo hizo ayer. Recuerde lo que le dijo el Quijote a Sancho Panza: mejor no menearle.