Por Félix Cortés Camarillo
Entrados en el silencio sosegado da la “gran ciudad del Toboso”, en el capítulo noveno de la segunda parte del Quijote, don Alonso y su escudero buscan el palacio de Dulcinea. En la oscuridad, “media noche era por filo”, el Quijote vislumbra un edificio que resulta ser el templo del lugar. Para no cometer el mismo error de los molinos de viento, el caballero reconoce: “con la Iglesia hemos dado, Sancho”. La frase se ha vertido como “con la Iglesia hemos topado, Sancho” y, aparentemente en equívoco, se ha interpretado como una sesgada crítica de Cervantes al enorme poder que la iglesia católica tenía desde entonces en España. Eran los tiempos de la Reconquista después de tres siglos de dominio moro, que no se nos olvide. Sin embargo, se acude a la frase cuando hay alguna confrontación del mundo civil con el canónico.
Por extensión se aplica cuando nuestro empeño encuentra obstáculo serio y sólido, hallazgo en el que el presidente López disfruta incurrir. No tiene pleito aborrecido, para desgracia de un país y una circunstancia que requieren más de conciliaciones, tolerancia y unidad nacional que de pleitos cantineros o agresiones groseras e innecesarias. Pelea con todos; a los que puede destruir destruye poniendo a cargo un capitoste fiel. A los que no puede destruir hostiga con su verbo.
Andrés Manuel entró con la espada desenvainada no solamente en contra de selectos antecesores suyos, excepción hecha de Enrique Peña Nieto con quien hay un pacto reconocido de no agresión. Pero además de fustigar a los personajes se ha dedicado a hacer objeto de su vituperio a grupos e instituciones: la academia, los intelectuales, todos los periodistas que no se unan a la continua loa de su persona y actuar que reclama, el Seguro Popular, las Guarderías subrogadas, el CONACYT, los organismos no gubernamentales, el INE, el CIDE, el Colegio Nacional, y en los últimos días la iglesia católica que reclame justicia por la violencia y asesinatos de sus ministros, y la comunidad judía de nuestro país.
Ambas entidades, la una de fe y la otra étnico-religiosa, merecen de todos los mexicanos respeto pleno: mucho más deben tenerlo de quien se hace llamar presidente de todos los mexicanos cuando lo es solamente de los que integran una grey ovina, acrítica y ciegamente obediente.
El insulto a los obispos católicos fue burdo: según el presidente López, la mafia del poder económico, dijo, los tiene “apergollados”, eso es agarrados del pescuezo. Los llamó además hipócritas. La agresión directa a Carlos Alazraki, comunicador y publicista prestigiado, y miembro distinguido de la comunidad judía mexicana, a propósito de su programa en Atípica Televisión, rayó en la proporción histórica al ponerlo al nivel de Stalin, Musolini…y Hitler.
A un judío.
De paso se llevó entre sus patas la memoria del maestro José Pagés Llergo en una anécdota pueril, y el prestigio de mi querida Beatriz Pagés Rebollar. A Javier Lozano, a quien yo respeto por melómano, le dedicó el presidente López un gesto de desprecio desde su mínimo Olimpo.
Yo soy incompetente para hacer una evaluación del estado mental del presidente López. Creo que alguien debiera hacerlo. El resultado puede que no sorprenda, pero debiera preocuparnos.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): El cinismo, esencial componente de la vida política, se ha adueñado de la tragedia. ¿De dónde salió el camión que llevó a una setentena de seres humanos a su muerte en San Antonio? De México o de Texas. Esa es la cuestión. Para Greg Abbott, gobernador de Texas, venía de México y cruzó con su carga fatídica burlando el control aduanal de Laredo, y dos puntos de control antes de llegar a San Antonio. Hay una foto del chofer, que ya está capturado, en el puente. Logró burlar esos controles, dice Abbott, porque la policía fronteriza carece de suficientes recursos. Para el comisionado de migración del gobierno mexicano, Francisco Garduño Yáñez, el tráiler salió de Laredo, ya en Estados Unidos. Los migrantes habrían cruzado por sus propios medios y ahí habrían tomado su uber rumbo a la muerte. Cada uno cuida su hueso, y en el caso de Garduño, su hueso.
A uno y otro lado de la frontera ¿le importan a alguien los muertos?
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